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Voto de El hombre martillo:
9
Drama La vida de dos hermanos sufre un brusco cambio cuando de repente aparece su padre, al que sólo recordaban por una vieja fotografía. ¿Es realmente su padre? ¿Por qué ha vuelto después de tanto tiempo? Los chicos encontrarán la respuesta a sus preguntas en una remota y solitaria isla, después de un emocionante viaje con su padre por los bellos parajes de Siberia. Ópera prima del realizador ruso Zvyagintsev, ganó el León de Oro en Venecia, ... [+]
3 de marzo de 2018
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Andréi Zviáguintsev (Novosibirsk, 1964) es el director, de los considerados metafísicos o espirituales, más demoledor del nuevo milenio, si dejamos de banda al húngaro Béla Tarr, ya retirado tras El Caballo de Turín (2011). Su ópera prima, El Regreso, premiada con el León de Oro de Venecia en el año 2003, es un oasis en el desierto cinematográfico actual, más ocupado en distraer a los espectadores con intrascendentes espectáculos pirotécnicos que en mostrar verdadero talento artístico.

El Regreso es una pieza dura, hermética y de aire místico que, aunque enmarcada dentro del cine realista y más contemporáneo, bebe de Tarkovsky y, en menor medida, de Sokurov. Y es que Zviáguintsev es de esos directores en vías de extinción capaces de esculpir, con rica simbología, paisajes morales y anímicos de devastadora profundidad.

A modo de road movie metafísica, la película narra la historia de dos hermanos casi adolescentes, Iván (Ivan Drobonravov) y Andréi (Vladimir Garin), que sufren un brusco cambio en sus vidas cuando su desconocido Padre (Konstantin Lavronenko) regresa a casa después de doce años. Junto a él, emprenderán un viaje (estructurado en seis días) a través de Siberia, hacia una remota y solitaria isla, una especie de Zona tipo Stalker.

Con este exiguo argumento, el cineasta construye toda una reflexión acerca de la paternidad irresponsable, vista como destino y suplicio. Los Hijos odian y admiran a su Padre, que se muestra callado, severo e instrumentador. Mientras Iván está dolido por su ausencia y lo desafía con rabia, su hermano Andréi es más sumiso y confía en él. Fatalidades de la vida, el pequeño Vladimir (Andréi) moriría ahogado, poco después, en uno de los lagos donde se grabó la cinta.

¿Por qué se fue el padre? ¿Por qué regresa? ¿Qué es lo que busca en el viaje? El filme, un enigma en sí mismo, no responde explícitamente a muchos interrogantes. Seguramente no importa. Lo que Zviáguintsev propone es un viaje físico-mental lleno de sensaciones, miedos y esperanzas, como un itinerario de aprendizaje doloroso, pero necesario, hacia la transformación vital de unos niños, que regresarán a casa siendo otros.

Si bien El Regreso trata, sobre todo, las relaciones paterno-filiales y el ingreso en la edad adulta, también puede mirarse desde el plano alegórico: como una metáfora sobre Rusia, un país sin padre después de la caída del comunismo y la desintegración de la Unión Soviética, o como metáfora religiosa, encontrándose en la figura del Padre –en su primera primera aparición emulando la pintura Lamentación sobre Cristo Muerto, de Andrea Mantegna– una semblanza de Jesús.

Como en Tarkovsy, la Naturaleza, omnipresente, adquiere gran relevancia. Así, el frío y bello paisaje del norte de Rusia y las condiciones atmosféricas actúan como metonimia estético-visual de la psique de los protagonistas, conectándola con películas tan dispares como Dersu Uzala (ambientada en la estepa siberiana), El Cuchillo en el Agua (en los lagos polacos de Mazuria), Madre e Hijo (un campo ruso), La Eternidad y un Día (los Balcanes griegos), La Isla (un lago surcoreano) o con algunas de Antonioni.

Prodigiosa en sus aspectos técnicos y plásticos, dotada de quietud y elegancia, en ella se percibe el orden y el minimalismo. La película remite a Dreyer en cuanto a la pulcritud de los movimientos de cámara y encuadres (escenas interiores). La muy compleja iluminación y fotografía de Mikhail Krichman son memorables. Ésta, acuosa y en tonos ceniza, recoge influencias pictóricas del Romanticismo alemán (tragedia, paisaje) y presenta principalmente espacios abiertos (carretera, mar), no obstante cargados de claustrofobia y tensión latente a punto de estallar.

El Regreso, temprana obra maestra del siglo XXI, ostenta un calibre artístico insólito para los tiempos que corren. Insondable en sus propósitos, su director la definió como “una mirada mitológica a la naturaleza humana”.

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