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Voto de Luis Guillermo Cardona:
4
Drama Poco después de terminada la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) Kiiji Nakajima, un anciano atemorizado por las consecuencias del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki, vive obsesionado con la idea de construir un refugio antiatómico. Sin embargo, cuando algún tiempo después se plantea emigrar con su familia a Brasil para evitar la amenaza nuclear, su decisión tropieza con la incomprensión de todos los que lo rodean. (FILMAFFINITY)
23 de mayo de 2010
4 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bien sabemos que, las víctimas de una guerra, no son sólo aquellas cuyos cadáveres se cuentan uno a uno, o a las que se les expide certificado de defunción durante el tiempo que dura el conflicto. Esta cifra –siempre alterada para no dar plena cuenta de las atrocidades a las que los gobiernos conducen a sus pueblos- quizás sea, en muchos casos, inferior al número de víctimas que se va presentando luego, como consecuencia de los traumatismos de lento desarrollo, las heridas que luego se complican y, sobre todo, las cargas psicológicas en las que, el miedo y las pesadillas, vulneran y torturan hasta llevar al fallecimiento.

Es de esto que quiere darnos cuenta, Akira Kurosawa, con este primer acercamiento al Japón de la posguerra. La historia, infortunadamente, es demasiado simple y llevada a escena con suma precariedad, y más pareciera un documental televisivo de corte realista que una puesta en escena cinematográfica, cuyos protagonistas son nada menos que Toshiro Mifune y Takashi Shimura las dos grandes estrellas del cine kurosawano.

Con todo, sus atinadas actuaciones y el desenvolvimiento que va teniendo el padre obsesionado buscando protegerse y proteger a los suyos (esposa, hijos, nueras y nietos), de las irradiaciones que siguen emanando las bombas lanzadas contra Hiroshima y Nagazaki, proponiendo un viaje hacia el Brasil, resulta conmovedor y muy diciente de los profundos conflictos que subsiguen al acto bélico.

Kurosawa nos hace olvidar el vergonzoso papel que desempeñó su país durante la segunda guerra mundial y tan sólo vemos a inocentes seres humanos ajenos por completo a los protagonistas de aquel atroz enfrentamiento. Porque, lo cruel e improcedente es que los civiles, por millones, pagaron con su sola presencia como moradores, las peores consecuencias de aquella confrontación.

Cabe lamentar la sombría mirada que, desesperanzada del futuro, impone el director a lo largo de toda la historia. Porque siempre hay esperanza, y por más fuerte que sea la tempestad, y por más oscura que sea la noche, y por más cruenta que sea la tragedia, mañana saldrá el sol, y habrá otra puerta que se abre, y otra oportunidad de resurgir. Tan sólo se necesita fe y perseverancia.

Sólo para los derrotistas, y para quienes se autocompadecen, se conservarán cerradas todas las puertas.
Luis Guillermo Cardona
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