El cine francés ha desarrollado a lo largo de los años una iconografía característica y propia que es fácilmente reconocible, y que, cómo no, se vuelve a mostrar en estas “Dobles vidas” . Libros, librerías, bares repletos de gente, cenas entre amigos y reuniones familiares siempre con el vino como elemento imprescindible y testigo mudo de interminables charlas y debates sobre cuestiones varias. En este caso, la situación del mundo editorial en la nueva era digital parece la excusa para plasmar las idas y venidas de un grupo de personajes inmersos en la frustración a pesar de aparentar estar encantados de conocerse. Es evidente que la mirada de Assayas es crítica, poco condescendiente con las nuevas tecnologías y los límites de la privacidad, pero todavía menos con la hipocresía social de una sociedad en permanente estado de inmadurez. El problema es que todas estas ideas, que estarían muy bien para un artículo o un debate televisivo, no funcionan trasladadas a la gran pantalla. Diríamos que se pierden dentro de un guión inconexo, lleno de personajes que no aportan nada, una sucesión de escenas que acaban por no llevar a ninguna parte. Ni da respuestas ni apunta soluciones a las diferentes cuestiones que plantea, tan solo el dibujo de unos personajes que van perdiendo interés conforme avanza la película.

Lo mejor: su capacidad para generar debate.

Lo peor: la artificiosidad de todo el conjunto.