Que una película profunda, reflexiva, honesta y protagonizada por un grupo de monjes cistercienses que viven en un monasterio en la montaña en Argelia se convirtiera en una de las sensaciones cinematográficas del año 2010 no deja de ser una gran noticia. Es cierto que esa notable repercusión quedó un poco reducida al ámbito exclusivamente cinéfilo y no se tradujo en un éxito masivo, pero aun así es de destacar.
La sorpresa también vino de la mano de su director, Xavier Beauvois, ya que su breve y correcta filmografía anterior (cuatro películas en veinte años) no hacia presagiar que fuera a conmocionar a la audiencia del Festival de Cannes como lo hizo con la presentación de su película en 2010.
La historia que cuenta De Dioses y Hombres es muy sencilla de contar, aunque en realidad esconde una carga de complejidad y sutileza importante tanto en su contenido como en su puesta en imágenes. En un monasterio perdido en las mantañas argelinas viven ocho monjes cistercienses, todos de origen europeo. Y lo hacen conviviendo en perfecta armonía con el entorno tanto físico como humano que les rodea. Pero cuando un ola de asesinatos y violencia de caracter religioso se acerca peligrosamente a su entorno empiezan a surgir las dudas sobre la conveniencia o no de seguir con su labor. El debate que surge entre los monjes aporta las suficientes dosis de hondura como para hacer que la historia se eleve por encima de su aparente sencillez, hasta llegar a un final que, al margen de otras consideraciones, transmite sobre todo serenidad.
De dioses y hombres es una película que practicamente no admite pegas. Xavier Beauvois demuestra una sutileza y un tacto extremos a la hora de mostrarnos la vida dentro de esta comunidad religiosa, y, sobre todo, la relación llena de cercanía, y alejada completamente de cualquier atisbo de hostilidad, entre los monjes y el entorno rural en el que viven. La camara Beauvois flota reflexiva dentro de ese monasterio con la misma naturalidad con la que agrede al espectador con los puntuales pero decisivos estallidos de violencia.
Es precisamente porque la película no admite, practicamente, discusión por lo que me molesta profundamente no sentirme conmovido cuando el conmovedor final inunda la pantalla de, como he dicho antes, serenidad. No se si el problema reside en el ritmo, adecuadamente, contemplativo del relato o en la más burda excusa, por mi parte, de que posiblemente no era mi día, pero desgraciadamente De dioses y hombres no ha calado tan hondo en mi como, por su innegable valor, debiera haber hecho.
Ni siquiera puedo responsabilizar de este hecho al mal trabajo de sus interpretes, ya que todos los actores, encabezados por Lambert Wilson, estan espléndidos, con mención especial para el gran Michael Lonsdale, que tiene uno de los personajes que más calan en el espectador.
Solo me queda dejar pasar un tiempo, y recuperar esta historia para comprobar si en otro momento y en otras circunstancias consigo que me emocione en todas y cada una de sus multiples aristas. O es que a lo mejor, y viendo su nota media en esta misma página, no hay para tanto y mi comentario es solo fruto de mi complejo de inferioridad ante según que películas. No se, me lo tendré que mirar.