Lo mejor que se puede decir de una película como Solaris es que es absolutamente fiel a una forma de entender y de hacer cine que es la de ruso Andrei Tarkovsky.
Tarkovsky adapta una novela de ciencia ficción de Stanislav Lem, y hace, lo que en su día muchos consideraron la respuesta rusa a 2001 de Kubrick. No creo que ni yo ni mi cerebro estemos preparados para decir si hay relación o no entre estas dos películas. Ya resulta lo suficientemente denso, duro, intenso e interesante como para, además compararlas. En cualquier caso, mas allá de la ciencia ficción, Solaris es un estudio profundo de la naturaleza humana, del amor y de la soledad.
Solaris cuenta, en pocas palabras, la historia de un hombre que viaja a una estación especial con el fin de investigar la muerte de uno de los habitantes de la estación, además de verificar unos extraños fenómenos que allí suceden.
La historia se nos presenta de forma impecable, en unos cuarenta largos minutos, en los que nos dan algunas de las claves para comprender lo que sucede después. La cámara de Tarkovsky es precisa, pero profundamente fría y distante. Durante las dos horas siguientes asistimos a una densa muestra de los efectos de Solaris en el ser humano. Aquí Tarkovsky se muestra a ratos impenetrable y a ratos intenso. A mi personalmente me interesa lo que veo, pero me veo incapaz de extraer alguna conclusión sobre lo que he visto. Es todo demasiado hermético.
Solaris es casi tres horas de cine difícil, personal y definitivamente interesante, pero que desafía profundamente la capacidad de asimilación del espectador.