El problema de "Nine" es que Rob Marshall no es Bob Fosse. Y es que, para realizar un musical sobre temas tan trascendentes como el sentido de la vida, la inspiración, el Arte o el amor no basta con contratar a una pléyade de estrellas: hay que comprometerse, quitarse de la cabeza las posibles y esperadas nominaciones a los Oscars y, sobre todo, hay que sentir lo que se está contando. Así, lo que en "All that Jazz" es un espíritu torturado y desgarrado, un grito que sale de dentro, aquí son meros fuegos de artificio al servicio de un espectáculo que sólo busca el impacto instantáneo.

El problema de "Nine" son sus pretensiones. Nada tiene de malo un musical que busque exclusivamente entretener, sin mensajes profundos (ahí está "Cantando bajo la lluvia" -ver crítica-, toda una Obra Maestra). Pero, para ello, no es necesario adaptar al Fellini más introspectivo y personal. Marshall, a quien, evidentemente, todo esto le viene muy grande, monta un espectáculo de luces, sombras y sonido que pretende camuflar lo vacuo de su propuesta con una puesta en escena impactante y sin alma, donde los esfuerzos de Daniel Day-Lewis y Marion Cotillard (los mejores, con diferencia) resultan insuficientes, donde resultan demasiado evidentes las trampas del montaje para camuflar la incompetencia artística o física (la edad no perdona, ¿verdad, Sophia, Judi?), y donde sólamente el número protagonizado por Fergie, salvaje y provocativo, está a la altura de lo esperado.

El problema de "Nine" es el de la mayoría del cine actual: no hay más que lucecitas montadas para escena, júbilo hervido con trapo y lentejuela.