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Voto de TOM REGAN:
6
31 de diciembre de 2021
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
423/16(20/12/21) Interesante neo-noir policiaco (no sé si es una redundancia) dirigido por Peter Yates, con guión de Paul Monash (“El misterio de Salem's Lot”), adaptando la novela homónima de 1970 de George V. Higgins (había sido asistente del fiscal de los Estados Unidos antes de convertirse en novelista), teniendo entre sus alicientes el protagonismo de un gran Robert Mitchum, como un perdedor ajado y melancólico traficante menor de armas (excelente cuando sermonea a un joven sobre cómo le rompieron los dedos), de vuelta de todo, de rostro afligido; un notable secundario en Peter Boyle, como el sibilino camarero Dillon, tipo aparentemente afable y amigo de Coyle, pero en este amoral mundillo no te puedes fiar de nadie.
Coyle (Robert Mitchum) está trabajando con Dave Foley (Richard Jordan), un agente federal que quiere que Coyle delate a sus amigos y conocidos a cambio de la posibilidad de una sentencia suspendida. Entre los objetivos de Foley está Jackie Brown (buen Steven Keats), reflejando una generación nueva con respecto a Coyle, donde ñel se puede ver5 reflejado.
Enmarcada la historia de modo adusto en los bajos fondos irlandeses de Boston, donde prima la tensión de las conversaciones sobre la acción, esta se ve en medio de algunos atracos sin mucha intensidad (parecen metidos con calzador, de hecho, hasta estorban por lo entre nada y cero que aportan, el colmo es que ni siquiera sabemos quiénes son estos atracadores o a quien atracan ¿?), vistos de forma mecánica y sin emoción. Ententes de reuniones criminales, muchos diálogos que desprenden caracteres grises (donde hay mucho de anecdotario en modo batallitas del mundo vivido), simples peones que intentan sobrevivir en un tablero mayor del crimen organizado. Ello entrelazado al modo de proceder de la policía que no dista mucho en sus métodos coercitivos de la mafia, mostrando estas dos ramas en paralelo en como mienten, y coaccionan arrinconando a los confidentes, embarcándonos en la radiografía del ‘delator’, un tipo en este caso que se ve empujado a ser un ‘chivato’ a convivir con el peligro de que lo pillen, donde no hay dilemas morales (lo tiene que hacer y punto), ello por un premio mayor (en este caso porque se le ‘suavice’ una pena de cárcel), ese traidor especie de Judas que debe ‘vender’ a los suyos, a sus enemigos, navegando entre dos aguas, y siendo en realidad un solitario abocado a convivir con el terror de sus propios fantasmas, este lo muestra Yates de modo crudo, sin adornos, en lo que es una visión pesimista del mundo.
Ello gracias a la notable cinematografía de Victor Kemper (“Tarde de perros”) en conjunción con el diseño de producción de Gene Callahan (“America, America”), se refleja en una ambientación feista, marginal, moviéndonos por los suburbios de una gran ciudad, por baretos, parkings, billares, parques mugrientos, casas de las periferias, calles desoladas, donde los cielos están siempre grises, no parece haber sol, y por las noches artificiosas luces de neón, ello en un claro sentido del estilo realista (tristón) de los años setenta (predominado las tonalidades gélidas y adornado por melodías jazzísticas de Dave Grusin)), donde se prodigan los anti héroes amorales. Pero eso sí, en una película que tiene muchos baches que la hacen irregular, sobre todo cuando no está en pantalla Mitchum o Boyle, donde prima el ritmo lánguido, hasta desembocar en un rush final acorde con el aire árido de la película, cortante y hosco.
Coyle (Robert Mitchum) está trabajando con Dave Foley (Richard Jordan), un agente federal que quiere que Coyle delate a sus amigos y conocidos a cambio de la posibilidad de una sentencia suspendida. Entre los objetivos de Foley está Jackie Brown (buen Steven Keats), reflejando una generación nueva con respecto a Coyle, donde ñel se puede ver5 reflejado.
Enmarcada la historia de modo adusto en los bajos fondos irlandeses de Boston, donde prima la tensión de las conversaciones sobre la acción, esta se ve en medio de algunos atracos sin mucha intensidad (parecen metidos con calzador, de hecho, hasta estorban por lo entre nada y cero que aportan, el colmo es que ni siquiera sabemos quiénes son estos atracadores o a quien atracan ¿?), vistos de forma mecánica y sin emoción. Ententes de reuniones criminales, muchos diálogos que desprenden caracteres grises (donde hay mucho de anecdotario en modo batallitas del mundo vivido), simples peones que intentan sobrevivir en un tablero mayor del crimen organizado. Ello entrelazado al modo de proceder de la policía que no dista mucho en sus métodos coercitivos de la mafia, mostrando estas dos ramas en paralelo en como mienten, y coaccionan arrinconando a los confidentes, embarcándonos en la radiografía del ‘delator’, un tipo en este caso que se ve empujado a ser un ‘chivato’ a convivir con el peligro de que lo pillen, donde no hay dilemas morales (lo tiene que hacer y punto), ello por un premio mayor (en este caso porque se le ‘suavice’ una pena de cárcel), ese traidor especie de Judas que debe ‘vender’ a los suyos, a sus enemigos, navegando entre dos aguas, y siendo en realidad un solitario abocado a convivir con el terror de sus propios fantasmas, este lo muestra Yates de modo crudo, sin adornos, en lo que es una visión pesimista del mundo.
Ello gracias a la notable cinematografía de Victor Kemper (“Tarde de perros”) en conjunción con el diseño de producción de Gene Callahan (“America, America”), se refleja en una ambientación feista, marginal, moviéndonos por los suburbios de una gran ciudad, por baretos, parkings, billares, parques mugrientos, casas de las periferias, calles desoladas, donde los cielos están siempre grises, no parece haber sol, y por las noches artificiosas luces de neón, ello en un claro sentido del estilo realista (tristón) de los años setenta (predominado las tonalidades gélidas y adornado por melodías jazzísticas de Dave Grusin)), donde se prodigan los anti héroes amorales. Pero eso sí, en una película que tiene muchos baches que la hacen irregular, sobre todo cuando no está en pantalla Mitchum o Boyle, donde prima el ritmo lánguido, hasta desembocar en un rush final acorde con el aire árido de la película, cortante y hosco.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El rush final resulta deprimente en el anti glamur y anti épica del mundo criminal. Como Dillon ‘invita’ a Coyle a ver un partido de hockey, aparece (dice Dillon) ‘el sobrino de su esposa’. En la vuelta a casa Coyle se duerme a causa de lo que ha bebido. Entonces Dillon saca su revólver y le dispara en la cabeza. Dillon ha sido contratado como sicario por la gente a la que ha traicionado Coyle. Luego se deshacen del cuerpo en el parking de una bolera. Tras ello pasamos a la mañana siguiente, Dillon resulta que se reúne con Foley y nos enteramos que también es un confidente al que sonsaca el policía. El círculo vicioso continúa.
Me queda una película que tiene sus picos que la hacen visible, incluso con sus irregularidades. Fuerza y honor!!!
Me queda una película que tiene sus picos que la hacen visible, incluso con sus irregularidades. Fuerza y honor!!!