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Voto de TOM REGAN:
8
6,3
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Drama
Silvio Berlusconi (Toni Servillo) se encuentra en el momento más complicado de su carrera política, recién salido del gobierno y con las acusaciones de corrupción y de sus conexiones con la mafia a punto de llegar a los juzgados. Sergio Morra (Riccardo Scamarcio) es un atractivo hombre hecho a sí mismo que sueña con dar el salto de sus cuestionables negocios de provincia a escala internacional. El camino más rápido para conseguirlo es ... [+]
2 de julio de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
190/39(28/06/20) Aparatoso y a la vez Hipnótico film del siempre único Paolo Sorrentino, figura con algo tan difícil de conseguir en el cine como es sello propio, lo hace reconocible en todos los fotogramas. Arquitecto de obras donde lo sensorial prima, la fotografía resulta fascinante en sus movimientos y cromatismos, la dirección artística resulta obsesiva, la música enamora en conjunción con la sugestiva estética. En este caso acercándose al icónico político Silvio Berlusconi, encarnado por el actor fetiche del realizador, un Toni Servillo arrollador en su carisma (Sorrentino 11 años atrás también se había acercado a otro mítico político transalpino como fue a Giulio Andreiotti en “Il Divo” también con Servillo de protagonista), donde el guión de Sorrentino junto a su colaborador habitual Umberto Contarello, nos regala un film fragmentado, como su aclamada “La Gran belleza”, alambicado, lo que prima no es la narrativa lineal de los hechos, si no captar la esencia del personaje, el retrato de un hedonista y narcisista megalómano con enorme Don de gentes, sin juzgarlo, y los de todos los que merodeaban alrededor de él. Gentes que lo peloteaban en pos de medrar en la política y en los negocios, arribistas, proxenetas, prostitutas, cantantes de cámara, un estoico sirviente (Dario Cantarelli), o su sufrida y temperamental esposa (Elena Sofia Ricci). Todo narrado con el exceso y clima de magia sensorial típico de Sorrentino, proyectando el lujo, la ambición, la sensualidad, ello con influencias notorias al maestro Federico Fellini (remarcado esto con el epílogo del Cristo descendiendo de las alturas, cual figura deidífica en “La Dolce Vita).
Tiene el hándicap de que la versión estrenada en Italia era de 3,5 horas y el estreno internacional (con la visión puesta en los Oscar) fue de 2,5 horas, con lo que nos han cercenado una 60 minutos (que ardo en deseos de verlos), y lo peor es que se nota en algunas elipsis que crujen, que quedan sin acabar, impidiendo que sea una película sólida y pétrea, derivando en desorientación en algún momento. Es una obra ampulosa, onanista, preciosista, y sobre todo bellísima en su exposición de un lirismo incisivo, exhibiendo un nihilismo exacerbado que me recuerda a la infravalorada “Spring Breakers” (2013), en su recreación de una primavera sin fin de fiestas y bacanales que solo esconden el vacío existencial. Una radiografía de un tipo vanidoso, presumido, mujeriego, decadente, vividor, cruce como bien he leído de Jay Gatsby, Howard Hughes y Jordan Belfort, con este último salido de “El Lobo de Wall Street” de Scorsese guarda la similitud de que los dos directores no moralizan con sus anti-héroes, ponen contra la palestra nuestra inmoralidad al hacernos sentir que quisiéramos ser ellos, y por tanto no somos mejores.
Adornada con secuencias de contenido alegórico (brillante la del camión de la basura irrumpiendo sobre el Foro Romano, donde la basura se convierte, seguramente influenciada por la genial elipsis del hueso en “2001”, en pastillas de drogas). Todo esto surtido de diálogos y momentos para el recuerdo, de los que se te quedan en el subconsciente, con tramos que te embelesan (esas fiestas filmadas en modo video-clip que te embrujan por la sensualidad de esos cuerpos moviéndose cuasi-desnudos de modo lisérgico). Cubre el período entre 2006 y 2010, años convulsos, donde fue despojado del poder (en su tercer gobierno, pertenecía a Forza Italia) por la izquierda y los escándalos de corrupción, maniobrando en la sombra para recuperarlo, ello en medio de una crisis con su vehemente mujer Veronica, organizando sus legendarias fiestas bunga bunga, queriendo transmitir una juventud artificiosa. Silvio por el filtro sorrentiniano es poliédrico, con labia providencial, con magnetismo, tan endiosado de sí mismo que tiene su propia canción en este sentido, "Gracias a Dios por Silvio".
Arranca la película de un modo extraño, estamos alejados de Silvio tres cuartos de hora: El foco está en Sergio Morra (Riccardo Scarmacio), un trepa de Taranto que tiene un business de jóvenes scorts, que utiliza de modo sibilino para sobornar a politicuchos (notable como consigue un contrato en un barco con a través del simple movimiento de traer prostituta a bordo inmediatamente se quita el bikini y extiende las piernas), hasta que se da cuenta que si quiere ascender debe tratar con “Él” (no es otro que Silvio Berlusconi), ello mostrado de modo turbador en un tatuaje situado en la parte baja de la espalda que Sergio observa mientras fornica con una de sus chicas. Sergio se traslada con su troupe cerca de la residencia en Sardignia (Cerdeña) de Silvio, organiza fiestas en un yates para llamar la atención de “Él”; Entonces saltamos a ver a Silvio en su hermético mundo, teniendo problemas conyugales con su Veronica, mujer de fuerte carácter, que el político intenta subsanar con joyas, con oratoria, con su innata simpatía, con canciones que hace interpretar a su cantante de cámara (Mariano Apicella), o canta el mismo. Cuando entramos a saco en Silvio Berlusconi, todo lo visto anteriormente de Sergio Morro, aun siendo estimulante, se llega a sentir un prólogo excesivo que nos ha privado del torbellino Servillo. Morra tendrá su baño de realidad cuando insiste a Silvio sobre sus ansias arribistas en medio de una fiesta Bunga Bunga y este le responde (mientras observa la belleza de las jóvenes) de modo lapidario: “No lo estropees”.
Silvio es un ser inquieto, bohemio, encantador, un formidable charlatán (ejemplo, como convence a su nieto de que una mierda no lo es; o cuando intenta vender una casa por teléfono), un Gigante que observa desde las alturas a la plebe, un empresario futbolero, ansioso de poder, de mujeres, se aprovecha de las debilidades humanas, pero a la vez inseguro, arrogante, sonriente perpetuo (con esa sonrisa impostada), que aguanta los reproches con estoicismo a pruebas de vendedor de teléfono... (sigo en spoiler)
Tiene el hándicap de que la versión estrenada en Italia era de 3,5 horas y el estreno internacional (con la visión puesta en los Oscar) fue de 2,5 horas, con lo que nos han cercenado una 60 minutos (que ardo en deseos de verlos), y lo peor es que se nota en algunas elipsis que crujen, que quedan sin acabar, impidiendo que sea una película sólida y pétrea, derivando en desorientación en algún momento. Es una obra ampulosa, onanista, preciosista, y sobre todo bellísima en su exposición de un lirismo incisivo, exhibiendo un nihilismo exacerbado que me recuerda a la infravalorada “Spring Breakers” (2013), en su recreación de una primavera sin fin de fiestas y bacanales que solo esconden el vacío existencial. Una radiografía de un tipo vanidoso, presumido, mujeriego, decadente, vividor, cruce como bien he leído de Jay Gatsby, Howard Hughes y Jordan Belfort, con este último salido de “El Lobo de Wall Street” de Scorsese guarda la similitud de que los dos directores no moralizan con sus anti-héroes, ponen contra la palestra nuestra inmoralidad al hacernos sentir que quisiéramos ser ellos, y por tanto no somos mejores.
Adornada con secuencias de contenido alegórico (brillante la del camión de la basura irrumpiendo sobre el Foro Romano, donde la basura se convierte, seguramente influenciada por la genial elipsis del hueso en “2001”, en pastillas de drogas). Todo esto surtido de diálogos y momentos para el recuerdo, de los que se te quedan en el subconsciente, con tramos que te embelesan (esas fiestas filmadas en modo video-clip que te embrujan por la sensualidad de esos cuerpos moviéndose cuasi-desnudos de modo lisérgico). Cubre el período entre 2006 y 2010, años convulsos, donde fue despojado del poder (en su tercer gobierno, pertenecía a Forza Italia) por la izquierda y los escándalos de corrupción, maniobrando en la sombra para recuperarlo, ello en medio de una crisis con su vehemente mujer Veronica, organizando sus legendarias fiestas bunga bunga, queriendo transmitir una juventud artificiosa. Silvio por el filtro sorrentiniano es poliédrico, con labia providencial, con magnetismo, tan endiosado de sí mismo que tiene su propia canción en este sentido, "Gracias a Dios por Silvio".
Arranca la película de un modo extraño, estamos alejados de Silvio tres cuartos de hora: El foco está en Sergio Morra (Riccardo Scarmacio), un trepa de Taranto que tiene un business de jóvenes scorts, que utiliza de modo sibilino para sobornar a politicuchos (notable como consigue un contrato en un barco con a través del simple movimiento de traer prostituta a bordo inmediatamente se quita el bikini y extiende las piernas), hasta que se da cuenta que si quiere ascender debe tratar con “Él” (no es otro que Silvio Berlusconi), ello mostrado de modo turbador en un tatuaje situado en la parte baja de la espalda que Sergio observa mientras fornica con una de sus chicas. Sergio se traslada con su troupe cerca de la residencia en Sardignia (Cerdeña) de Silvio, organiza fiestas en un yates para llamar la atención de “Él”; Entonces saltamos a ver a Silvio en su hermético mundo, teniendo problemas conyugales con su Veronica, mujer de fuerte carácter, que el político intenta subsanar con joyas, con oratoria, con su innata simpatía, con canciones que hace interpretar a su cantante de cámara (Mariano Apicella), o canta el mismo. Cuando entramos a saco en Silvio Berlusconi, todo lo visto anteriormente de Sergio Morro, aun siendo estimulante, se llega a sentir un prólogo excesivo que nos ha privado del torbellino Servillo. Morra tendrá su baño de realidad cuando insiste a Silvio sobre sus ansias arribistas en medio de una fiesta Bunga Bunga y este le responde (mientras observa la belleza de las jóvenes) de modo lapidario: “No lo estropees”.
Silvio es un ser inquieto, bohemio, encantador, un formidable charlatán (ejemplo, como convence a su nieto de que una mierda no lo es; o cuando intenta vender una casa por teléfono), un Gigante que observa desde las alturas a la plebe, un empresario futbolero, ansioso de poder, de mujeres, se aprovecha de las debilidades humanas, pero a la vez inseguro, arrogante, sonriente perpetuo (con esa sonrisa impostada), que aguanta los reproches con estoicismo a pruebas de vendedor de teléfono... (sigo en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
... Expuesto como ser humano con sus virtudes y falencias, vitalista embaucador, seductor majestuoso. Toni Servillo (en una escena se desdobla en fiel amigo de Silvio, Ennio Doris) lo encarna con fulgurante carisma, creíble su rol cercano a la caricatura, pero el Berluconi real es así, y el actor se mimetiza con él, su gestualidad, voz, movimientos, sabiendo transmitir tras capas de botox una turbadora mezcla de autoconfianza y grietas de insatisfacción, reflejado de modo extraordinariamente metafórico cuando al final enciende el volcán. Vaga melancólicamente por su mansión cual Adán solitario por el Edén, parece tenerlo todo (Televisión, Empresas, poder político, mujeres, ...) y nada le llena, quiere a su esposa, a la que intenta embelesar con escenas tan deliciosos como cuando le canta "Malafemmena", pero a la vez no escapa a sus bajos instintos con fiestas bacanales con bellas jovencitas. Y sobre todo intenta escapar de la pesada losa de la vejez. COLOSAL.
Entre los secundarios destaca Elena Sofia Ricci como Veronica, esposa de Silvio, de fuerte carácter, la conocemos en los estertores de un matrimonio ya débil, tiene tiras y aflojas con su esposo, ella también siente la juventud se le ha escapado. En el tramo final tiene sensacional y chispeante enfrentamiento con Silvio cuando le pide el divorcio, la Caja de Pandora se abre y los dos se recriminan sus fragilidades, ella le mantiene el pulso al gran Servillo, con enorme dignidad, espléndido como ella le ‘escupe’ que su vida no ha sido una superproducción épica del hombre que se hizo a sí mismo, de la cual alardea, sino película de Totò (el que compuso el tema que le canta a Veronica) y Peppino (De Filippo), gloriosa metáfora para alguien que creó Telecinco; Alice Pagani como Stella, tiene poco tiempo en pantalla pero hace bueno aquello de no hay papeles escasos. Y es que la actriz en una sola escena deja impronta en su duelo con Servillo, lo desarma con su candidez e inocencia, le hace ver el mundo de flas juventud en que vive, excelente la ingenuidad con que lo enfrenta, con mesura y ternura.
Cuando intenta demostrarse que aún sigue siendo el ‘embaucador’ de sus exitosos inicios de vendedor de casas, y al azar llama a un teléfono, y mantiene una conversación arrolladora en su ingenio con una mujer, auscultando su vida para decirle que necesita la casa que le va a vender (y que no existe), fenomenal.
Puesta en escena apabullante. Notable diseño de producción de Stefania Cella (“La Gran Belleza”), trasladándonos por escenarios de un boato suntuoso (mansiones, jardines, piscinas, jets privados, palacios, o el contraste con las ruinas de L'Aquila); Sumando el sobresaliente vestuario creado por Carlo Poggioli (“La juventud”), viniéndose arriba en los atuendos sexys de las mujeres; Todo esto elevado por la espléndida cinematografía del habitual de Sorrentino, Luca Bigazzi, componiendo cuadros de una beldad epicúrea, jugando con los travellings, los zooms, los picados y contrapicados, las grúas, y potenciando una especie de luminosidad de primavera eterna; Labor que se combina con excelencia con la edición de otro colaborador de cámara del director como Cristiano Travaglioli, apoteósico trabajo en lo referente a las fiestas-hedonistas que parecen salidas de los sueños de una mente epicúrea, con enfatizantes slows, con cortes dramáticos, con elipsis estupendas; Y está la otra labor que Sorrentino cuida con mimo en sus obras, la música, en este caso compuesta por Lele Marchitelli (otro colaborados tradicional), que se funde con las secuencias de modo perfecto; Y todo junto emitiendo un mundo hiperrealista de ostentación huera.
Fascinante en muchísimos tramos esta gran película. Supongo que hay que esta imbuido por el peculiar estilo Sorrentino, si no entras lo detestaras, pero si tienes la suerte de conectar, disfrutaras de modo entusiasta. Fuerza y honor!!!
Para leer más sobre el film ir a: https://conloslumiereempezo.blogspot.com/2020/07/silvio-y-los-otros.html
Entre los secundarios destaca Elena Sofia Ricci como Veronica, esposa de Silvio, de fuerte carácter, la conocemos en los estertores de un matrimonio ya débil, tiene tiras y aflojas con su esposo, ella también siente la juventud se le ha escapado. En el tramo final tiene sensacional y chispeante enfrentamiento con Silvio cuando le pide el divorcio, la Caja de Pandora se abre y los dos se recriminan sus fragilidades, ella le mantiene el pulso al gran Servillo, con enorme dignidad, espléndido como ella le ‘escupe’ que su vida no ha sido una superproducción épica del hombre que se hizo a sí mismo, de la cual alardea, sino película de Totò (el que compuso el tema que le canta a Veronica) y Peppino (De Filippo), gloriosa metáfora para alguien que creó Telecinco; Alice Pagani como Stella, tiene poco tiempo en pantalla pero hace bueno aquello de no hay papeles escasos. Y es que la actriz en una sola escena deja impronta en su duelo con Servillo, lo desarma con su candidez e inocencia, le hace ver el mundo de flas juventud en que vive, excelente la ingenuidad con que lo enfrenta, con mesura y ternura.
Cuando intenta demostrarse que aún sigue siendo el ‘embaucador’ de sus exitosos inicios de vendedor de casas, y al azar llama a un teléfono, y mantiene una conversación arrolladora en su ingenio con una mujer, auscultando su vida para decirle que necesita la casa que le va a vender (y que no existe), fenomenal.
Puesta en escena apabullante. Notable diseño de producción de Stefania Cella (“La Gran Belleza”), trasladándonos por escenarios de un boato suntuoso (mansiones, jardines, piscinas, jets privados, palacios, o el contraste con las ruinas de L'Aquila); Sumando el sobresaliente vestuario creado por Carlo Poggioli (“La juventud”), viniéndose arriba en los atuendos sexys de las mujeres; Todo esto elevado por la espléndida cinematografía del habitual de Sorrentino, Luca Bigazzi, componiendo cuadros de una beldad epicúrea, jugando con los travellings, los zooms, los picados y contrapicados, las grúas, y potenciando una especie de luminosidad de primavera eterna; Labor que se combina con excelencia con la edición de otro colaborador de cámara del director como Cristiano Travaglioli, apoteósico trabajo en lo referente a las fiestas-hedonistas que parecen salidas de los sueños de una mente epicúrea, con enfatizantes slows, con cortes dramáticos, con elipsis estupendas; Y está la otra labor que Sorrentino cuida con mimo en sus obras, la música, en este caso compuesta por Lele Marchitelli (otro colaborados tradicional), que se funde con las secuencias de modo perfecto; Y todo junto emitiendo un mundo hiperrealista de ostentación huera.
Fascinante en muchísimos tramos esta gran película. Supongo que hay que esta imbuido por el peculiar estilo Sorrentino, si no entras lo detestaras, pero si tienes la suerte de conectar, disfrutaras de modo entusiasta. Fuerza y honor!!!
Para leer más sobre el film ir a: https://conloslumiereempezo.blogspot.com/2020/07/silvio-y-los-otros.html