Hay muchas cosas que enfrentan a los pueblos españoles y de las que no se hacen películas. Por ejemplo, la conocida rivalidad que existe desde tiempos inmemoriales entre Villarota de la Pichincha y Caganar de la Cogorra, pueblos que fabrican, con idéntico mimo y afán, un espectacular salchichón de cabrito por cuya causa se producen no menos de diez bajas al año entre los habitualmente pacíficos habitantes de estos pueblos. Existen muchos otros casos, porque las gentes españolas son tan comodonas que por no salir al extranjero, se inventan todo tipo de excusas para odiarse con el vecino de enfrente que está más a mano.

Pero los españoles también saben ponerse de acuerdo de vez en cuando, no sólo cuando juega la selección, que ese ya es otro tema. Los españoles se unen para pocas cosas, pero la más relevante de ellas se encuentra en la razón de ser de "Que se mueran los feos". Un películón español con actores de los de siempre, mucho humor progre y pseudovitalista y tetas. También sale Javier Cámara, que en todas las películas en las que hay un personaje gay o sale él o lo interpreta él.

Bueno, me centraré en lo más importante de la película. "Que se mueran los feos" invita a un deporte nacional muy placentero que tanto une al saleroso gaditano como al tristón gallego, al austero segoviano, como al chulesco madrileño: reirse del tonto del pueblo. A veces no es literalmente el tonto: a veces es el feo, el rarito, el sordo o el paralítico, pero el concepto es el mismo. Y "Que se mueran los feos" invita a los españoles a sentarse en la misma mesa, donde el único no invitado es el pobre hombre del que se han mofado.