Es una película sinfónica en el sentido de su estructura. Sobrecogedora. Hace que el corazón del espectador se acelere o que se quede en el aire cuando ya en el suelo no queda mucho por hacer. Nos cuenta una historia bien inteligente y emocional. Apasiona y nos hace cómplice de algo que pudiera ser una injusticia disfrazado de justicia. Una madre soltera que por sobre todas las cosas, es madre. Hará cualquier cosa por su hijo mayor, un genio. Una madre que llegado el momento de abrir los ojos, lo hace y se despierta y asume la postura que tiene que asumir. La historia, a mi entender, se va por encima de los elementos cinematográficos que, bien empleados, ayudan a que la trama fluya. Y fluya como las aguas de un río, hacia el final inesperado. Sobrecoge la actuación de Jaeden Lieberher, es genio hecho niño. Su madurez con apenas pasados los diez años, es oportuna y especial. Así la conversación con un neurocirujano no solo lo deja a él sorprendido, sino, que nos arranca una sonrisa cómplice y aprobadora. Así las instrucciones, la escena preparada, también se vuelven un hecho único, más que justificado. Este niño genio quiere hacer justicia. Justicia por amor. «Eres solo un niño», dice la madre en uno de sus bocadillos más exactos y que de alguna manera, encierran la moraleja del filme. A pesar de su inusual madurez, Henry es un niño. Y como tal, hay que escucharlo, verlo, respetarlo y, luego, honrarlo. Me parece una película para ver y guardar. Después, darla a los amigos para que disfruten de más de una hora de excelentes actuaciones, de amor de madre, amor de hijo, amor de niño. Sobre todo eso, Amor de Niño. Es un policíaco romántico. Es el amor hecho aventura. Y es la ventura del amor hecho película.