Dicen muchos guionistas que la tarea más dura a la que se enfrentan es a rellenar el “agujero negro del segundo acto”. Se pueden encontrar un planteamiento interesante y una buena resolución final; pero escribir 60 páginas de trama intermedia es algo muy complicado. Desarrollar una historia que entretenga al público durante una hora es un trabajo duro donde los haya. Siempre vienen bien unos giros inesperados que obstaculicen el camino del protagonista. El espectador está deseando ver personajes y situaciones que le sorprendan y le hagan vivir la historia de forma más intensa. Pero hay que ser muy buen guionista para llevar a cabo esta complicada tarea.

“Mentes en blanco” es una película que tiene un problema, y es que su segundo acto es muy flojo. El guionista Matthew Wayneel, sabe plantear una situación de inicio que atrae la atención del espectador, pero fracasa a la hora de desarrollarla. Los giros del guión son escasos y muy predecibles. Los personajes no tienen profundidad y se comportan de forma un tanto caótica. Algunas situaciones y diálogos están metidos con un calzador, con el único objetivo de llenar el tiempo. Está claro que Wayneel no ha estado a la altura de la dura tarea a la que se enfrentaba.

Y la verdad es que es una pena, porque la historia daba para poder haber hecho una película magnífica. El principio y el final son buenos; pero, por desgracia, el segundo acto no pasa de ser un gran agujero negro.