Thor navega entre dos mundos.

El de ficción es grandilocuente, un derroche de fantasía e imaginación de sus creadores, que diseñan un reino de Asgard colorista, fastuoso y mágico, en contraposición a la gélida oscuridad en que habitan los gigantes de hielo. Siendo fascinante, esta parte del filme bordea peligrosamente el ridículo, sobre todo en la figura del rey Odín, que combina la fuerte presencia de A. Hopkins con un vestuario indefinible.

El real desperdicia la posibilidad de crear más humor. Un dios escandinavo acaba de ser desterrado al planeta Tierra. Su capacidad de adaptación al lenguaje, a los objetos y a las costumbres es sorprendentemente rápida, y sólo da lugar a unos pocos gags, como la rotura de una jarra de cerveza, su deambular entre los coches con atropellos incluidos y a la descarga de una pistola eléctrica. Eso sí, Chris Hemsworth está muy bien elegido para el papel, es el Thor que todo aficionado al cómic se imaginaría.

En conclusión, resulta muy entretenida, cojea en el despliegue de los federales en torno al martillo, a todas luces desproporcionado, y deja preparada una historia de amor para la siguiente entrega. Pero no emociona.