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España España · Barcelona
Voto de picais:
8
Drama "El País de los sueños", un burdel situado en un barrio de Tokio, atraviesa una difícil situación, ya que el Parlamento está a punto de aprobar una ley que prohíbe la prostitución. Retrato de la vida cotidiana de diversas prostitutas: aquellas a las que las circunstancias obligaron a comerciar con su cuerpo, pero también aquellas otras que intentan abandonar ese medio de vida. (FILMAFFINITY)
17 de octubre de 2012
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como telón de fondo el Japón de postguerra y el permanente debate sobre la prohibición o no de la prostitución, un debate de actualidad, ahora en España, ya que hay muchas ciudades que quieren quitarla de la calle, a base de multas a las que la practican y a sus clientes. Esas iniciativas siempre me han parecido más recaudatorias que redentoras. Mire usted, si realmente quiere prohibir algo y tiene autoridad para ello, hágalo, pero no lo disfrace ni oculte su verdadero interés. Es además una medida a veces tan hipócrita, pues puede suceder que la misma autoridad que por la mañana redacta o promulga la norma, haya pasado parte de la noche anterior en un burdel y a la tarde siguiente valla al cine con la familia. Son las cosas de los que dirigen nuestros destinos, tan pendientes ellos de nuestra moral y de sus bolsillos.
Afortunadamente el cine de Mizoguchi no se queda ahí, ni pierde tampoco demasiado tiempo en ello. Él nos muestra el drama personal de las que habitan ese prostíbulo “La aldea de los sueños” de sus motivaciones para estar en ese mundo, siempre un tanto sórdido, siempre muy cerca de la tragedia personal, de la situación desesperada. Hasta los dueños del negocio en el colmo del cinismo pretenden atribuirse una función social. La impresión es que todos quieren sacar tajada de ese presunto problema, pero éste no le importa realmente a nadie. La sociedad hace uso de las prostitutas, unos para desplumarlas, otros para obtener placer, pero después de eso nadie quiere mezclase con ellas, muchas veces hasta sus propias familias las repudian. Es una vieja historia, pero real como la vida misma.
La película está plena de una profunda melancolía e invadida por una infinita tristeza. El final es tan realista como descorazonador. Mizoguchi lo plasma de una forma sencilla, pero demoledora. No será tal vez su mejor trabajo, pero es una película que nos hará pensar y que bien merece una visión reposada. Paradójicamente y aludiendo al nombre del burdel, allí los sueños nunca duran mucho más de unos minutos, y jamás son protagonistas de ellos las que lo habitan.
picais
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