Pocas veces o tal vez ninguna, el cine ha conseguido plasmar de manera tan contundente, tan rotunda, la amistad. Esa amistad entre dos seres de mundos diferentes, de culturas y de formación tan distantes. Es una película hermosa, que rezuma sabiduría por los cuatro costados. La armonía que mantiene Dersu con el entorno es una lección magistral a quien quiera tomarla. El respeto con el que se dirige a los elementos, a los animales, a las otras personas que puedan transitar por allí es una soberbia clase de compañerismo y solidaridad.
Avalada además por el hecho de estar basada en una historia real, ocurrida entre los protagonistas en las fechas en que nos lo relatan, y en aquellos, sin duda preciosos, pero a la vez durísimos escenarios, sobre todo en otoño e invierno. Cuando la naturaleza se muestra en todo su esplendor, con toda su belleza, pero también con todo su poder, nos proporciona una cura de humildad que nos sitúa en nuestro lugar, solo el que desde niño ha vivido en ella, y posee la suficiente sensibilidad e inteligencia es capaz de entenderla y aceptarla. Siberia es inmensa, enorme, apabullante, y los hombres somos tan poca cosa.
Kurosawwa capta magníficamente el espíritu de la historia, desde el comienzo ya nos muestra lo que es el final de una época y de una manera de vivir, cada vez más arrinconada, casi extinguida. Uzala y su forma de vida lo representa a la perfección, él es un ser puro, inocente, sin malear, no entiende como alguien puede engañar o robar, simplemente para tener más, solo sabe vivir así, si le trasladan a otro lugar es como si le niegan el aire. Y por supuesto es todo un ejemplo de cómo hacer cine, de cómo contar una historia, en escenarios naturales. Sin necesidad de efectos especiales, nos muestra también el riesgo, la aventura, la tensión. Yo ya tuve la suerte de verla varias veces. Y para mí, esta película, emociona, deleita y conmueve a partes iguales.