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Voto de Oscar Montesinos:
10
Drama La vida de Jeanne Dielman, una joven viuda con un hijo, sigue un orden inmutable: mientras el muchacho está en la escuela, ella se ocupa de las tareas domésticas por la mañana y ejerce la prostitución por la tarde. (FILMAFFINITY)
6 de diciembre de 2018
27 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jeanne Dielman 23 quai du commerce 1080 Bruxelles es una de las obras más reflexivas y teóricas que he visto sobre el propio lenguaje cinematográfico. Requiere una atención incansable, que supera con creces todas las expectativas que se puedan tener al enfrentarse a una obra de 3 horas y cuarto, pero la dificultad hace mella y las imágenes se van colocando en la mente del espectador. Porque mi mayor sorpresa al ver la película es que no tiene ninguna pretensión de entretener como sí lo hace la mayor parte del cine. El objetivo de toda la película es un estudio teórico sobre el poder cinematográfico para crear experiencias vitales.

La película se concentra en la vida de una ama de casa, y como si de un estudio antropológico se tratase el espectador acompaña a la mujer en todas las tareas domésticas que realiza a lo largo del día. Este esquema narrativo se mantiene durante tres días, descubriendo muy poco a poco a Jeanne Dielman. Más allá del retrato social se encuentra el retrato psicológico de un personaje que minuto a minuto se vuelve más interesante. Al comienzo y durante casi una hora de película las acciones que realiza parecen mecánicas y la actriz deja ver tan solo rectitud, orden y perfección. Pero lentamente las acciones que tanto desquician al espectador por su extremada apatía comienzan a desquiciar también a la protagonista. La lentitud del metraje permite al espectador fijarse en las pequeñas y breves reacciones que van surgiendo en el cuerpo de la protagonista. Por eso afirmo que es un estudio del comportamiento humano. Cuando llega el tercer día y la protagonista comienza a tener pequeños errores, estos se desvelan al espectador como grandes fallos que cobran una significación inmensa. Es decir, cuando a Jeanne Dielman se le cae el cepillo de los zapatos al suelo, o cuando enciende sin darse cuenta la luz, en realidad lo que se está creando es un reflejo de los sentimientos y los pensamientos de la protagonista. Las acciones físicas de la actriz se establecen así como el tronco narrativo del relato, suponiendo el verdadero motor de la narración.

Jeanne Dielman es una película de personajes o más bien un único personaje ya que el hijo es casi una extensión de la madre. El relato se centra en ella pero no me queda claro si en su mirada, pues más bien resulta una observación del objeto más que la identificación con el mismo. Al comienzo hay una barrera emocional entre el personaje y el mundo exterior, es una persona que no disfruta de la vida, y nada parece afectarla. Sin embargo a medida que avanza la película aumenta su trastorno por la limpieza, el orden y la perfección, síntomas de un trastorno de personalidad. Entonces las ideas comienzan a unirse como en un puzzle y el recuerdo del padre sale a en la conversación, es en realidad una mujer muerta por dentro. La falta de empatía de la protagonista es escalofriante, cuando sin ningún reparo deja al niño llorando porque no le puede consolar, ni siquiera un ser inocente y puro es capaz de conectar con ella. Es sin duda una mujer vacía, que no quiere sentir o no puede. Hasta que al final todo explota y de forma inesperada asesina a su cliente. Es un estudio de la liberación emocional frente a la muerte del “yo” como persona.

El esfuerzo de la directora por hacer pensar al espectador impaciente cumple con éxito su propósito, ya que las escenas están construidas para que el tiempo real del espectador y el tiempo fílmico se fundan en una sola unidad, haciendo esperar al espectador cuando la protagonista espera. La puesta en escena se aleja fríamente de toda posible emoción, con una cámara distante, unos decorados fríos y una falta de movimiento de la cámara que en ocasiones recuerda a la fotografía. Todos estos elementos se suman a un montaje pausado que permanece en las escenas tiempo después de que la acción haya desaparecido. Ya no es solo la sosegada mirada sobre la protagonista, sino que también hay un empeño por alarga los momentos tediosos y rutinarios como puede ser subir y bajar de un cuarto piso.

La reflexión que nace en mí después de la película es la que me surge últimamente con todos los films, la separación o no de forma y contenido. En este caso concreto creo que van imprescindiblemente de la mano, son dos ruedas de una misma bicicleta. El contenido necesita un tiempo largo y una observación detallada para lograr su objetivo, y la forma se acomoda perfectamente a través de la frialdad y la distancia. Pero lo interesante de esta obra es el trabajo interactivo que hace con el que la ve, demandando la atención constantemente. La directora no cuenta una historia o establece un discurso como si ocurre en otras películas, sino que es el espectador el que debe crear su propia reflexión con las imágenes, si la bicicleta la construye Chantal Akerman, el espectador es quien la monta.

El film es en definitiva una lección de cine en sí mismo, demostrando que las películas pueden ser más que una narración, siendo un análisis empírico del comportamiento humano frente a los grandes terrores existenciales como la soledad, la pérdida, el vacío o la incomunicación.
Oscar Montesinos
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