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Voto de Rómulo:
8
28 de septiembre de 2019
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Wonder
“La grandeza no consiste en ser fuerte sino en el uso correcto de la fuerza”. Henry Ward Beecher
No había visto nada hasta hoy del director estadounidense Stephen Chbosky pero “Wonder”, lo que parece ser su tercer largo, me ha emocionado y enternecido hasta las lágrimas. Nos es fácil acometer un proyecto de esta naturaleza huyendo del drama, por un lado, y sin caer, por el otro, en los brazos, siempre maternales, de la empalagosa tentación folletinesca.
Chbosky, como un funámbulo experimentado, logra el difícil equilibrio de desdramatizar la acción sin renunciar a la indiscutible carga de mortificación que sustenta el relato. De esta forma, un guion que se prestaba a rodar por la confortable pendiente almibarada, queda maravillosamente resuelto esquivando ambos extremos. Existen sobradas dosis de gracia, humor, sensiblilidad, emoción y ternura en esta bellísima película.
August, interpretado con exquisita sutileza por Jacob Tremblay -¿recuerdan al pequeño Jack en “La habitación?”-, es un niño afectado desde su nacimiento con deformación facial. A pesar de haber sufrido 27 operaciones de cirugía plástica, su aspecto no resulta agradable al resto de sus semejantes, que lo evitan como a la peste negra. Por esa razón, August nunca ha ido a la escuela. Su madre -una Julia Roberts magistral, intensa y genial como siempre- ha suplido esa limitación renunciando a todo para protegerlo y atender todas y cada una de sus necesidades. Jacobs vive en su propio universo, un mundo que él ha inventado a su medida, inmerso en el reducido espacio familiar al que las circustancias le han confinado; su inseparable casco de astronauta le proteje de la miradas morbosas cuando sale a la calle. Sin embargo, bajo la infortunada apariencia de Jacobs, se esconde un ser extraordinario, una mente despierta, aguda, inteligente y un corazón incapaz de odiar, listo para dar y recibir amor a manos llenas.
Pero muy pronto, Jacobs habrá de enfrentarse al mundo que le rechaza y en esa incierta odisea tendrá que embarcarse inevitablemente. A la apoteosis de un final tan poético como conmovedor me rindo sin condiciones. Pocas veces en el cine he asistido a un desenlace en el que la emoción de los sentidos triunfe sobre el escepticismo que domina mi temperamento.
Emilio Castelló Barreneche
“La grandeza no consiste en ser fuerte sino en el uso correcto de la fuerza”. Henry Ward Beecher
No había visto nada hasta hoy del director estadounidense Stephen Chbosky pero “Wonder”, lo que parece ser su tercer largo, me ha emocionado y enternecido hasta las lágrimas. Nos es fácil acometer un proyecto de esta naturaleza huyendo del drama, por un lado, y sin caer, por el otro, en los brazos, siempre maternales, de la empalagosa tentación folletinesca.
Chbosky, como un funámbulo experimentado, logra el difícil equilibrio de desdramatizar la acción sin renunciar a la indiscutible carga de mortificación que sustenta el relato. De esta forma, un guion que se prestaba a rodar por la confortable pendiente almibarada, queda maravillosamente resuelto esquivando ambos extremos. Existen sobradas dosis de gracia, humor, sensiblilidad, emoción y ternura en esta bellísima película.
August, interpretado con exquisita sutileza por Jacob Tremblay -¿recuerdan al pequeño Jack en “La habitación?”-, es un niño afectado desde su nacimiento con deformación facial. A pesar de haber sufrido 27 operaciones de cirugía plástica, su aspecto no resulta agradable al resto de sus semejantes, que lo evitan como a la peste negra. Por esa razón, August nunca ha ido a la escuela. Su madre -una Julia Roberts magistral, intensa y genial como siempre- ha suplido esa limitación renunciando a todo para protegerlo y atender todas y cada una de sus necesidades. Jacobs vive en su propio universo, un mundo que él ha inventado a su medida, inmerso en el reducido espacio familiar al que las circustancias le han confinado; su inseparable casco de astronauta le proteje de la miradas morbosas cuando sale a la calle. Sin embargo, bajo la infortunada apariencia de Jacobs, se esconde un ser extraordinario, una mente despierta, aguda, inteligente y un corazón incapaz de odiar, listo para dar y recibir amor a manos llenas.
Pero muy pronto, Jacobs habrá de enfrentarse al mundo que le rechaza y en esa incierta odisea tendrá que embarcarse inevitablemente. A la apoteosis de un final tan poético como conmovedor me rindo sin condiciones. Pocas veces en el cine he asistido a un desenlace en el que la emoción de los sentidos triunfe sobre el escepticismo que domina mi temperamento.
Emilio Castelló Barreneche