"No puedo vivir sin mi vida, no puedo morir sin mi alma", las intensas palabras que Heathcliff le dirige a Cathy Earnshaw, la mujer que siempre ha amado y que escogió a otro, por lo que el dolor de un amor obsesivo y desesperado que ambos sintieron sobrepasó a la misma muerte.

Como no pudieron estar juntos en vida, lo están en la muerte.

Es la inmortal historia de Emily Bronte, pero en esta versión clásica tan perfectamente rodada, sin la segunda generación, aquella que redimirá a la primera encarnada por Cathy & Heathcliff, craso error, ya que de haberse incluido la película hubiera estado maravillosamente completa.

Pero aún así, no se puede negar la pureza y el desgarro con que es contada, dejando que Merle Oberon destaque entre un montón de aspirantes a este papel, cual si fuera Scarlett O´Hara, llevando a Cathy toda la locura, la obsesión y la avaricia de su personaje.

Junto a ella está Laurence Olivier, antes de que el título de Sir se le subiera a la cabeza, y fuera más una criatura de sangre azul que un actor sobresaliente.

El perfecto Heathcliff, el mejor que he visto, así no está dotado de oscuridad, ni es más vampiro que hombre como en las últimas adaptaciones modernas, si no que su inocencia infantil, adolescente e incluso de adulto es mostrada en su relación con Cathy.

Ellos son el alma, acompañados por secundarios tan correctos como David Niven accediendo a interpretar el papel de Edgar, el marido de Cathy.

Insuperable en todo, con un suspiro contenido ante la idea de cómo hubiera sido mostrar la segunda generación que todo lo repara, Emily Bronte estaría encantada, aunque querría que hubieran adaptado toda su novela dada la brillantez de William Wyler y de semejante reparto.

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