Quizás sea bueno comenzar informando que si uno va al cine con la idea de ver la obra maestra que está prometiendo una y otra vez la crítica, no va a poder evitar la decepción.

Sin embargo, y es un sin embargo importante, esto no quiere decir que la película no sea superior a la media. Lo es, y lo consigue sin pirotecnia ni palabras rimbonbantes, narrando la historia como el recuerdo infantil de cualquiera de nosotros, visitando esa playa que ya no existe pero que hacemos lo posible por mostrar recreándola en un lienzo.

¿Cómo era el mundo adulto a los 12 años? Un mundo absurdo con normas absurdas, a las que nos obligan a adaptarnos a pesar de no poder adaptarnos, de fracasar una y otra vez, de decepcionar a los que nos rodean y dicen querernos. Personas encadenadas a una rutina que les hace daño, que no es para ellas, que vemos que no lo es y, sin embargo, hacen lo posible por seguir en ella y hacer que nosotros entremos, por fin, en ella.

Porque el mundo en el que nos movemos es una isla pequeña, no lo olvidéis. Cualquier pequeño trastorno puede desencadenar una gran tormenta. Porque, a veces, hay que comportarse como un crío de 12 años enamorado, ignorar la que se avecina, y hacerse a la mar aunque venga una tormenta. Y no habrá grandes discursos, ni será todo maravilloso, ni perfecto. Pero hoy será real y, mañana... Bueno, mañana será un recuerdo.