Esta película no es ni tan buena ni tan mala como unos y otros intentan demostrar. Se trata de un film más de Woody Allen que versa, como casi siempre, sobre la dicotomía entre una vida estable y el intento pseudo intelectual de llevar una vida snob poco convencional. Puede que en esta ocasión esta trama habitual esté tratada de forma más frívola y más simplona que en otras ocasiones pero también de forma más acorde con la realidad a avenir.

La historia refleja situaciones muy interesantes. Por un lado el choque entre el mundo tradicional y el extremadamente liberal. Mostrado de manera muy forzada. Sin embargo, el hilo se tensa con motivo: los aquí llamados tradicionales ya no solo no se escandalizan sino que asumen, toleran y respetan lo moderadamente liberal, de ahí que se acuda al extremo para poder buscar el conflicto. Por otro lado, una vez se ha abierto el matrimonio a la unión de dos personas sin importar el sexo, no cabe duda de que el futuro y la nueva conquista irá enfocada a otorgar derechos a las uniones estables entre tres o más personas. Estemos o no de acuerdo por ahí va a discurrir el futuro.

Los defectos son evidentes: Ciertas situaciones y conversaciones quedan realmente ridículas y, por extensión, poco creíbles; la evolución de la historia, en ocasiones, no está bien sostenida; la relación de los dos personajes españoles está demasiado caricaturizada, aunque Juan Antonio (Javier Bardem) mantiene en todo momento una coherencia casi insultante para los que detestan lo libertario de su discurso, y la actuación de Penélope Cruz está muy por debajo del resto.

Y lo que hay que dejar fuera de toda crítica, porque nunca nadie lo ha cuestionado en el cine de Allen, es que siempre los personajes de su mundo bohemio de pintura, fotografía, poesía y arte en general viajan en jets privados, viven en palacetes de ensueño, disfrutan de vinos caros... Si nos pinta así a Manhatan y a Londres por qué no va a retratar así a Barcelona.