David Lynch vuelve a sumergir al público en otra irreflexiva historia, aunque esta está basada en hechos reales, muestra el viaje de un viejo decrepito y discapacitado, en busca de un hermano que hace 10 años que no se habla, atravesando un estado entero, montado en una cortacésped del 1966.

La historia es increíble, tanto que no pudo dejar Lynch que se le escapara de las manos, son la de su estilo. Es una historia que se mueve lentamente, al mismo ritmo que la cortacésped, todo es parsimonia y tranquilidad, siempre acompañado de ese violín de transfondo, que acompaña melosamete desde el principio hasta el final, haciéndolo todo tan sosegado, parsimonioso y flemático, que hasta entran ganas de pegarse un sueño, porque sabes que cuando abras los ojos, el anciano seguirá ahí, montado en la cortacésped.

Por el camino el anciano encuentra otros personajes, y a través de las palabras que le brotan de la boca, transmite toda la sabiduría que le dan los años, y dignos consejos que le han enseñado la vida, la pena es que no sepa coger el autobús, pero eso se le perdona.

Eso sí, no se pierdan el final, con ese gran diálogo, lo mejor sin duda alguna, que una vez que salgas de verla, veras las estrellas de otra forma, e incluso te replantearas otras cosas.

En definitiva, una historia de 105 min., donde se invita a la reflexión, no del film, pero sí de tu vida, porque da tiempo, y no te preocupes, sí te duermes, no te perderás grandes detalles y grandes argumentos.

¡Penoso que muchos consideren este film una obra de arte!