Una voz en off omnipresente, mantiene su ritmo monótono sobre un fundido en negro para acabar la película. Cierra un monólogo entonado en francés en paralelo al lento discurrir de la trama, sumido en la desconexión lógica entre escenas consecutivas.

El metraje supera las dos horas, y contiene incluso una actuación completa de Miguel Poveda. La crítica afrancesada la ha ponderado por razones que me son opacas después de contemplarla, venciendo a duras penas la tentación a inmiscuirme en mis propios pensamientos o hasta en el sopor previo al sueño.

Corre el riesgo de ser entendida como una forma alternativa de hacer sentir el holocausto en carne propia ante la imposibilidad intelectual de representarlo fielmente. En ese caso, podrían llegar a perseguir judicialmente a los responsables.

De todo lo aparecido en pantalla, me quedo con la toma nocturna de la fábrica parcialmente iluminada, la belleza de la noche industrial.