La película de mi vida.

Up, up, up… ¿cuantos recuerdos guardo en los que tú apareces? Ni idea de cuantos.
Pues estás ahí desde que yo era más pequeño que una cagada de mosca.

He intentado escribir la reseña de esta película montones de veces; y digo montones, ya que llevo reseñando películas en FilmAffinity desde hace 4 años (desgraciadamente, perdí la anterior cuenta). Jamás he podido escribirla, porque cada vez que la recuerdo acabo perdido en una vorágine de sentimientos. ¿Nostalgia ¿Tristeza? ¿Alegría? Sólo sé que cada vez que la miro es como si volviese a tener 4 años; y, también sé, que me hizo saber desde pequeño que padecía una enfermedad incurable: la cinefilia.

Quizás sea la edad la que me ha hecho amar esta película, ya que toca un tema que ha estado al lado mío durante toda mi vida: la muerte. Quizás sea cosa de idealizar el pasado, pero cada vez que regreso a él en esta película no puedo evitar llorar.

Una película sobre el sueño que jamás se cumplió, sobre la incurable enfermedad del tiempo, sobre la nostalgia y, sobre todo, sobre el amor.

Muchos allegados míos se han reído de mí al decir que esta, junto a Wall-E (dos películas de “un estudio para niños”), me parecen dos de las películas más perfectas de toda la historia del cine.

Por no hablar de los primeros diez minutos de la película, que conforman una de las introducciones más sobrecogedoras, tristes y bellas de la historia.

No sé si seré el único que vea esta película de esta forma, pero, algunas veces, parece que hablo con ella en un idioma indescifrable. Es como si tuviesemos secretos guardados entre los dos.

Sin esta película, mi perspectiva del cine, en general, sería completamente distinta a la que tengo hoy en día.