"Que buenos que son los americanos", es lo que me dice la gente, en tono irónico, cuando se ven este tipo de películas. Fantásticas, absurdas e insultantemente violentas.
La película, técnicamente, no está mal. Su elenco de estrellas y sus abrumadores efectos especiales son la respuesta de la ingente cantidad de dinero que Ridley Scott es capaz de mover para sus super-producciones de palomitas y evasión mental. La película garantiza un rato de falsa adrenalina si tu vida es muy aburrida y te da las dósis de sangre que esperas al ir a ver una película de este estilo. Scott no se sale de su línea y, para bien o para mal, no decepciona.
Ahora bien, en cuanto al argumento que nadie espere más que disparos y frases patrióticas. Los personajes están completamente encasillados en esterotipos propagandísticos, bajo actitudes puramente ficticias y, a veces, hasta grotesca e involuntariamente cómicas. Los malos son muy malos (porque sí, sin ninguna razón) y los buenos (los norteamericanos, claro) son muy buenos.
Resulta una injusta e infantil revisión del ejército que nos mete la idea de que los EEUU son los cowboys del mundo. El racismo implícito de la película es más que evidente y, me parece tan insultante, que no voy a hablar de él.