Una película de espada y brujería siempre promete, máxime si se acompaña de un trailer vistoso. Combates, caballeros, seres infernales, magia, encantamientos, castillos, héroes y la chica buena en apuros es un coctel que es difícil que no tenga buen sabor. Lo malo es que "Solomon Kane" es del 2009 y a estas alturas nuestros creadores son capaces de dinamitar cualquier buen argumento que se les plantee. En realidad, como no podía ser menos, la cinta tiene todos los vicios del cine contemporáneo. En las películas de aventura uno de los errores más recurrentes es, digamos, la ausencia del vértigo del peligro. Encuéntrese nuestro héroe en la situación que sea, jamás percibiremos el riesgo, la angustia del combate, la subida de adrenalina que te produce una situación desesperada. Aquí, como en otras muchas ocasiones, los "monstruos" se dedican a poner caras, agitarse y esperar a que los maten. Luego los escasos combates están tan mal rodados como podría esperarse. Y por último, ni saben, ni les interesa crear una atmósfera verdaderamente fantástica y a la vez aterradora. Por ejemplo, el principio no es malo. La idea de los espejos en ese salón previó al trono, me ha gustado, pero ¿se puede tomar en serio a ese grupito? ¿Haciendo el panolis quieren atravesarlo? Es como si la inteligencia de los creadores no diera para más que soltar a unos cuantos secundarios en cualquier sitio, sacarse de la chistera algún engendro o villano, y a despreocuparse del resto, pensando en que con esto es ya suficiente.

Por si fuera poco "Salomon Kane" quiera ser profunda jugando más con la idea del mal, el pecado y la redención que con la pura acción. Lo que pasa es que este planteamiento lo hemos visto otras veces y con mucha más acierto, por ejemplo, en "Van Helsing" o "Constantine" (Por cierto, James Purefoy es un calco de Hugh Jackman y ella, Rachel Hurd-Wood, le da un aire a la mismísima Ingrid Bergman). En esta ocasión Michael J. Bassett llega a obsesionarse con la redención hasta el punto de olvidarse de la historia que está contando. Se suceden los minutos y sigue sin pasar nada perdiendo un tiempo precioso en banalidades que ni siquiera entretienen. Del mismo modo, la dicotomía entre ser violento y pacífico está planteada con una torpeza que supongo que no interesará a nadie. Creo que resulta evidente para todos que la violencia es lícita cuando se emplea en defensa propia o de otras personas.

Mediante estos devaneos filosóficos la cinta transcurre a trompicones, falta de continuidad, con la sensación de que te están ocultando deliberadamente la trama con no sé qué propósito. A la postre, el planteamiento inicial, prometedor pese a todo, se difumina en una historia que no arranca ni para la de tres, es más se diría que ni siquiera hay historia sino simplemente dar tumbos de aquí para allá, esperando que suceda algo. De este modo se nos acaba el tiempo y casi hay que improvisar un desenlace que es de lo más precipitado, ramplón y falto de intensidad. De hecho, toda la parte final roza el ridículo con secuencias absurdas, surrealistas o que no hay por donde cogerlas.

Quizás la única satisfacción de "Salomón Kane" sea, aparte de alguna gota de fantasía que en momentos contados puede uno paladear, la presencia de Rachel Hurd-Wood, la puritana más hermosa que he visto en mi vida. Con ese vestido, las trencitas y la cofia (y ese carácter celestial que tiene, ojo) está más que adorable, irresistible. Pero encima el director está tan desacertado que no se le ha ocurrido otra cosa que escondérnosla como temiendo a que una de sus mejores bazas para hacer una película interesante pudiera ser aprovechada de verdad.