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Voto de claquetabitacora:
6
Drama Basada en las memorias escritas por Philippe Petit (Joseph Gordon-Levitt), un funambulista francés que, en 1974, guiado por su mentor Papa Rudy (Ben Kingsley), se propuso un reto nunca antes realizado: recorrer sobre un cable el espacio que separaba las Torres Gemelas de Nueva York. (FILMAFFINITY)
4 de enero de 2016
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En la primera escena nos encontramos con Philippe Petit, el protagonista de esta historia, hablando a cámara, encima de la Estatua de la libertad, mirándote a los ojos y preguntando en voz alta lo que todos hemos cuestionado al querer saber el porqué de una hazaña tan suicida: ¿Qué empuja a un simple mortal a querer realizar el mayor acto de locura? Y la razón es bien sencilla aunque de aceptación particular: los sueños no tienen límites. Ni fronteras. Y esa es la razón que empuja a Robert Zemeckis a querer contarnos, una vez más, la historia basada en hechos reales del funambulista francés que realizó lo que se catalogó como “el crimen artístico del siglo”, acontecido el 7 de agosto de 1974 y que el documental “Man on wire”, del 2008 y premiado por la Academia plasmaba. El riesgo de colocar un cable de acero entre las torres gemelas del World Trade Center ya era todo un riesgo pero el caminar sobre ese cable ante los ojos de todo el mundo era no tan sólo una temeridad en sí sino una declaración de intenciones mucho mayor: que no hay nada imposible.

“El desafío” (The walk) está narrado como si de un cuento bienintencionado se tratara. Sin ir más lejos todo empieza en Francia bajo una banda sonora que imparte ante todo ilusión. Durante ese tramo los deseos, sueños, decisiones, temores, aprendizaje y todo lo que envuelve el querer conseguir dar alas a la imaginación de un convencimiento sucede en el interior de un circo, lugar donde todo es posible y cuya sensación es la de un lugar mágico. Petit, interpretado por un convincente aunque algo encorsetado Joseph Gordon-Levitt, es un ser inquieto, con granes aspiraciones, con grandes deseos y el mayor de ellos es querer hacer la proeza más inverosímil, demostrar al mundo que lo que él realiza, caminar sobre una cuerda, puede deparar en la mayor locura posible: realizar su número en el lugar más alto inimaginable, una especie de osadía, de reto, de enajenación para auto convencerse de que se puede si se quiere. Mientras tanto, durante toda esa primera parte (de las tres que contiene) el filme es muy acomodado, con una dirección pausada pero sin ser aburrida. Sirve como presentación de personajes y ver cómo todo está expuesto para ser una especie de lección para conocer y aprender un poco más sobre el mundo del equilibrismo.

Será en la segunda parte, cuando crucemos la línea de no retorno, donde tanto Petit como sus auténticos ayudantes y compinches en esta hazaña cambiarán el tono de la película para adentrarse en una aventura con unas gotas suaves del cine de robos pues todo está expuesto como si las intenciones fuesen robar en el interior del edificio. Todo está al servicio de ir siguiendo cada episodio, cada planificación, cada montaje, cada ejecución como si fuese la mayor de las acciones. Hay que sumarle además que la época plasmada rezuma cierta inocencia, cierta creencia en las buenas intenciones del ser humano como bien expone la escena del aeropuerto. La pena es que aquí el reparto poco o nada aporta, no hay química entre ellos y son personajes intercambiables más allá de ver las dudas, la incertidumbre o los temores de todos los implicados pero la decisión definitiva de Petit por llevar a cabo ese paseo sin red ante un vacío tan peligroso como letal es lo que realmente funciona por encima de todo lo negativo. Es una lástima pues el director parece estar más interesado en el final del espectáculo que todo lo que precede a éste y eso se nota pues hasta llegar al momento decisivo más allá de pequeñas escenas sueltas que más o menos amenizan la narración no hay nada destacable. Logran conseguir la atención, por citar un par de ejemplos, el montaje del cable en medio de la noche más cerrada, con algún que otro momento de suspense acertado como la de la flecha o la medición del edificio con el funesto desenlace al clavarse Petit un clavo en el pie.

Es en la última parte, la más esperada, donde el viaje y la espera han merecido la pena. Es un auténtico prodigio técnico, un ejercicio de estilo perfecto. Uno cree realmente estar colgado de un cable, uno cree realmente estar entre las dos torres gemelas, uno cree estar flotando en el aire. Se nota la pericia de unos efectos especiales muy convincentes a la hora de dar vida a texturas, formas, fondo consiguiendo de la nada un escenario que es real, que se puede sentir. Zemeckis siempre ha jugado con la tecnología más puntera para ofrecer lo más imposible todavía. Al igual que Petit tenía fe en lograr el mayor de los riesgos el director consigue concebir una oda, un guiño, un homenaje, un sentido respeto y ante todo una profunda veneración por esos dos edificios que tristemente desaparecieron en 2001 en un ataque terrorista pero que a pesar de ese triste episodio en la Historia siguen siendo un icono, un símbolo de que todo es posible. Es cierto que la licencia artística de la gaviota puede resultar cuanto menos innecesaria para lo que nos está contando en ese momento y que al protagonista de la historia se le envuelve en un manto de divinidad muy cuestionable cuando en realidad es más un acto de suicidio que de alegoría. Porque una cosa es creer en un sueño y llevarlo a cabo a pesar de todas las consecuencias que conlleve y otra es que aunque sea un fuerte deseo, el poner en riesgo la vida por tal de conseguir un propósito conlleva a ciertas dudas morales de donde está el límite, qué es válido en pos de conseguir demostrarse a uno mismo que sí se puede al haberlo conseguido.

- continúa en spoiler -
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
claquetabitacora
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