Debut tras las cámaras de Clint Eastwood para Malpaso Productions, su propia compañía productora. Sorprende que alguien que hasta ese momento se había dedicado mayormente a un género como el Western decidiera iniciar su carrera como director con un thriller psicológico como Escalofrío en la Noche, aunque no tardaría mucho en volver al Oeste, sería con su siguiente largometraje como realizador, la notable Infierno de Cobardes. El caso es que el film que nos ocupa fue estrenado en 1971 con una buena recepción crítica y con hasta alguna nominación a los Globos de Oro para su actriz Jessica Walter, bien merecida (acaba por resultar odiosa, exactamente lo que busca su personaje).

Dave (Eastwood, igual de sobrio que siempre) es un locutor de radio que un día se encuentra una oyente (Walter) en un bar que frecuenta, tras mantener un affaire con la mujer, ésta empieza a estar presente en la vida del presentador, que la acepta a regañadientes, hasta que llega el momento en que le pide que le deje en paz. Tras ello, la mujer empieza a perseguirle, interferir en sus negocios, acecharle y hasta a poner en peligro su vida y la de su ex-novia (Donna Mills), a la que el locutor está intentando reconquistar.

Clara inspiradora de Atracción Fatal, Escalofrío en la Noche entra de lleno en la clase de película con protagonista acosado por psicótico/a al que el espectador no tarda en cogerle manía tras ver la clase de putadas y encerronas a las que somete al personaje principal, consiguiendo enganchar ya que a medida que avanza el metraje queremos saber hasta donde podrá llegar la locura de la villana acosadora y disfrutar con la correspondiente venganza por parte del héroe.

Correcta labor de Eastwood en una película que para nada pretende ser revolucionaria ni rompedora, solo un proyecto que le serviría para foguearse para citas más importantes en el futuro. Sin embargo, a pesar de la modestia de la propuesta, Eastwood atina contando una historia que aunque simple, si que resulta por lo menos enérgica, sobre todo por los momentos de malrollismo que crea el personaje encarnado por Jessica Walter.

Pese a ello, el director de Sin Perdón paga la novatada en ciertas escenas de cierta torpeza visual (las conversaciones de Dave con su novia), algún fallo de raccord evidente, y el destrozo que supone introducir un tema completo de Roberta Flack y continuarlo con escenas y hasta actuaciones de un festival de Jazz que ninguna información relevante añade al largometraje, todo ello a las puertas del tercer acto, lo que supone un grave bache durante los casi diez minutos que duran dichas escenas. Posiblemente se dejó llevar por su amor por esa música.

Extraña ópera prima de un Clint Eastwood que iría mejorando con los años, pero que ya demostraba tener idea de cómo hacer cine en un largometraje que se acerca más a la filmografía de su amigo Don Siegel (que tiene un cameo) que a la de Sergio Leone, a quien rendiría homenaje más adelante en las grandes obras que todos conocemos.