Y como pintaba en bastos, salió el rey. Unas colas imposibles para aparcar, para coger palomitas, para sentarse en la inmensa sala sin una butaca libre en pleno Agosto. 17 interminables minutos de anuncios antes de dar paso al desfile de color impresionante que disfruté sin gafas. Me cautivó desde el primer minuto la hipnosis de estética setentera, americana, impredecible, inmejorable.

Di Caprio esta en su mejor papel, sin ninguna duda. Ha tirado a la hoguera cada mal recuerdo que tengo de él en gestos idénticos, en papeles sin interés, en esa sonrisa de medio lado característica que me irritaba. Di Caprio vive, no interpreta. El niño del titanic se ha hecho hombre en Hollywood. Leonardo ha nacido en su madurez en un papel estelar que va a ser amuleto para él, para mi, para siempre.

Pitt llena la pantalla en un derroche de talento para no olvidar. Nunca me conquistaron los rubios. El no podia ser otra cosa que rubio, porque rubio es el sol. Tanta luz jamás de cruzó con tanta sombra. El personaje de Cliff y su hecatombe, cada molécula de su cuerpo y de sus gestos maravillan en un baile tarantinesco. Enamora a la vez que desgasta, a la vez que conquista. Un muso a la altura de Reford, o Dean.

Una oda a lo que nunca debió perecer. Cortante y sangrante crítica al mundo que empezó hace ya 50 años y ahora nos envuelve. La muerte de la era del buen gusto, de los hombres cuando eran hombres, masticaban tabaco y las mujeres llevaban su femineidad hasta la bandera. Una bofetada a lo hippie, las barbas sin cuidar, la porqueria, el desaliento y el detritus humano.

Precioso recuerdo a Tate, saliéndose de guión que.... y hasta ahi puedo contar. Y bonito guiño a España.
Cuantos momentos, cuanta enseñanza, cuanto talento.
Maneras de quebrantos, de Tarantos, Tarantino. Erase una vez... alli, en Hollywood. OBRA MAESTRA