Rico, el chulesco personaje interpretado por Edward G. Robinson es un matón de poca monta que se propone llegar a lo más alto de la pirámide del crimen organizado. ¿Creíble? Sí, pero no en los términos en los que la película nos lo hace ver. Primero, los personajes carecen de profundidad. El protagonista, cuyo afán desproporcionado por matar y deshacerse de cualquiera que se interponga en su camino es solo creíble gracias al actorazo que le da vida.
La peli pertenece a una época de transición entre el cine mudo y el hablado, cosa que queda patente con algunos rótulos que aparecen durante el metraje. Por ello, la historia dispone de pocos medios para ser contada con claridad. Uno de esos medios es el metraje, escaso en mi opinión, insuficiente para contar con credibilidad un drama de estas caracteristicas. Mucho más tarde películas como El precio del poder o Uno de los nuestros han relatado historias de ascenso dentro de la mafia de verdad creibles, disponiendo, eso sí, de muchos más medios técnicos (metraje, técnicas cinematográficas más avanzadas...)
Esto que he dicho no quita el mérito que tiene esta visionaria película, que introdujo un muy fructífero género (mi favorito) en el cine, y que hizo en buena medida que Edward G. Robinson ascendiera como su personaje, pero en su caso, en el negocio interpretativo del cine. Lo dicho, interesante, aunque insuficientemente desarrollada.