Esta es una película con un título tan sugerente, que desde que lo escuché por primera vez despierta ampliamente mi imaginación. Y la película no me defraudó.
La película es de una belleza sorprendente, totalmente alejada de cualquier cosa que hayamos visto antes en el cine. Y si no, ¿cómo puede ser bella una historia tan llena de drama, de tristeza, de dolor que rompe el corazón? Y sin embargo lo es. No sé cómo. Pregunten a Perelman, a Dubus, a Connelly o a Kingsley. Juntos construyen una expresión de las emociones humanas como pocas veces se ve en el cine.
Pero bueno, ¿dónde está la belleza? Está en las tomas de la casa rodeada de niebla, a veces para representarla atractiva y a veces para mostrarla tenebrosa; está en la Connelly, que te desgarra con el sufrimiento de su desesperación; está en Kingsley, que te muestra la lucha de un hombre por sus convicciones y por lo que considera justo.
Y hay tristeza. Y hay dolor. La tristeza de lo que se ha perdido de forma irrecuperable, para ambos protagonistas, que los deja, parafraseando al tango, con el dolor de ya no tener. No es una película sobre los bienes materiales. Aquí no se lucha por una casa, sino por el sentido de pertenencia y de arraigo de las personas.
Una película imprescindible.