En realidad, decir que una película es terriblemente mala, es una temeridad. En este caso, estamos ante una excepción.

El director (avalado por títulos necesarios en la historia del cine como "Solo en Casa", "Solo en Casa II" o “Harry Potter”) trata de recrear un suburbio estadounidense crudo y afectado por la miseria y la falta de oportunidades. En lugar de eso, consigue hacer una parodia de barrio marginal en la que todos se olvidan, cantando, de sus enfermedades venéreas. Además, juzga conveniente que este clímax se extienda hasta las dos horas y media.

La película trata la dura realidad de unos jóvenes que se quejan (con performances, por supuesto) del capitalismo, por cosas como que su casero pretenda que, algún día, le paguen lo que deben de alquiler, o que el camarero quiera que abonen la consumición.

La crudeza del film reside, supongo, en que a esto lo llaman bohemia y se dan el lujo de enseñarnos valores y compararse con Bob Dylan.

Sobre esta película podrían verterse los adjetivos de insulsa, irrisoria, inconexa, aburrida, básica, demagógica, ofensiva, de mal gusto, sin sentido e irreverente, pero sería injusto por nuestra parte asignárselos, ya que nos dejaríamos muchos otros de igual naturaleza en el tintero.

Si nos viéramos obligados a destacar por positiva alguna cosa de esta película, responderíamos que lo mejor es el final, porque puedes levantarte, irte y negarle el saludo a la persona que te la recomendó.