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Drama
Estados Unidos, años 50. Jack (Hunter McCracken) es un niño que vive con sus hermanos y sus padres. Mientras que su madre (Jessica Chastain) encarna el amor y la ternura, su padre (Brad Pitt) representa la severidad, pues la cree necesaria para enseñarle al niño a enfrentarse a un mundo hostil. Ese proceso de formación se extiende desde la niñez hasta la edad adulta. Es entonces cuando Jack (Sean Penn) evoca los momentos trascendentes ... [+]
6 de septiembre de 2011
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cito de memoria las películas de Malick: el corto «Lanton Mills», «Malas tierras» , «Días del cielo», «La delgada línea roja», «El nuevo mundo», «El árbol de la vida» y un par más de proyectos sin fecha que leí en una revista. Cinco películas estrenadas en más de ocho lustros. Esto sólo puedo significar dos cosas, o más. La primera: Terrence Malick no logra financiación y debe picar a las lujosas puertas de fatuos productores mendigando dólares para colocar en los multisalas el título de su criatura. La segunda: Malick es un autor –elevemos esta expresión a la enésima potencia– que medita incansablemente sus fotogramas, que se niega a entregar un producto con supuestos costurones, que disecciona las líneas y entrelineas de todos sus guiones con la obsesión del profesor de Literatura maniático, que entiende el cine como un espectáculo panteísta en que los elementos deben confluir en un orbe lírico ineludible, que jamás se debe abandonar al albur esa ciencia llamada cine. Sabiéndomelo de memoria, me convence más la segunda opción.
Terrence Malick, como Polanski, Woody Allen, Eastwood, Scorsese, gente así, viejos rockeros, suponen una suerte de oasis, un lujo para la esclerótica, el tímpano, la dermis, en tediosas carteleras ahítas de productos olvidables y de fast food cinematográfico, por lo menos se verá algo que no está dirigido exclusivamente a cambiar la marca del caviar por una todavía mejor, si la hubiera. Un señor que se empeña en crear personajes que dejen poso, sacarse de la manga imágenes bellísimas, aromas sublimados, crear arte, en definitiva, es algo de agradecer, le salga mejor o peor. Y si recordamos quienes han trabajado para Malick –¡qué duro debe ser con un pavo que encarna la máxima baudelariana de ser sublime sin interrupción, de lidiar con sus obsesiones, filias y fobias!– vemos nombres como Martin Sheen, Richard Gere, Sean Penn, Colin Farrell, Brad Pitt; o sea, tipos colocados en la cúspide de la industria, con cuentas bancarias jugosas, que acceden a trabajar con el creador para dar lustre a su currículum, crearse historia y mito, que no tendrían por qué soportar las veleidades de un lisérgico.
SIGO EN SPOILER SIN REVELAR NADA.
Terrence Malick, como Polanski, Woody Allen, Eastwood, Scorsese, gente así, viejos rockeros, suponen una suerte de oasis, un lujo para la esclerótica, el tímpano, la dermis, en tediosas carteleras ahítas de productos olvidables y de fast food cinematográfico, por lo menos se verá algo que no está dirigido exclusivamente a cambiar la marca del caviar por una todavía mejor, si la hubiera. Un señor que se empeña en crear personajes que dejen poso, sacarse de la manga imágenes bellísimas, aromas sublimados, crear arte, en definitiva, es algo de agradecer, le salga mejor o peor. Y si recordamos quienes han trabajado para Malick –¡qué duro debe ser con un pavo que encarna la máxima baudelariana de ser sublime sin interrupción, de lidiar con sus obsesiones, filias y fobias!– vemos nombres como Martin Sheen, Richard Gere, Sean Penn, Colin Farrell, Brad Pitt; o sea, tipos colocados en la cúspide de la industria, con cuentas bancarias jugosas, que acceden a trabajar con el creador para dar lustre a su currículum, crearse historia y mito, que no tendrían por qué soportar las veleidades de un lisérgico.
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spoiler:
«El árbol de la vida» tiene un epígrafe de Job y eso resume la película: paciencia y fascinación. «El árbol de la vida» está filmada apenas sin diálogos y la voz queda de los protagonistas susurra frases altamente poéticas y trascendentes. Tiene una estructura fragmentaria, difícil para el espectador poco acostumbrado, donde no se narra la historia linealmente, sino que se dan pinceladas –como elegías que disparan metáforas– para que el espectador forje un sentimiento, no comprenda la historia, sino la sienta. La música, según me comentó un italiano en Estados Unidos en macarrónico inglés, se acopla éticamente –yo lo noto estéticamente– a la osamenta fílmica. No puedo decir gran cosa de los protagonistas –Sean Penn pilló considerable cabreo con Malick al recortar gran parte de sus escenas–, están todos bastante bien, creíbles, pero siento que no son fundamentales, que la pretensión de Malick va por otro lado, que hubiera preferido pasar de los actores y dedicarse por completo a sus visiones aéreas, a sus postales introspectivas, que está ahí Brad Pitt para ser el anzuelo de maduritas y púberes canéforas.
«El árbol de la vida» es la tentativa de un fulano de volcar sus escombros en una película, pero intuyo que mis embrutecidos sentimientos no se quiebran ante la panorámica de la película. Lo hacen, sin embargo, en varios momentos únicos: ¿alguien había descrito la infancia tan imperecederamente?, pero no es suficiente. Me irrita un poco sentir en algún momento del metraje estar viendo un lujosísimo documental, me enerva la continua sensación de oquedad vistosa. Me interesa la película fragmentariamente: tiene partes demoledoras y otras que siento como ejercicio de solipsismo, desdeñable, metido con calzador. Se atisba un guión genial pero carece de talento Malick para trasnsformarlo en obra maestra. O sea, como siempre. Todo intenciones y otro chasco más.
«El árbol de la vida» es la tentativa de un fulano de volcar sus escombros en una película, pero intuyo que mis embrutecidos sentimientos no se quiebran ante la panorámica de la película. Lo hacen, sin embargo, en varios momentos únicos: ¿alguien había descrito la infancia tan imperecederamente?, pero no es suficiente. Me irrita un poco sentir en algún momento del metraje estar viendo un lujosísimo documental, me enerva la continua sensación de oquedad vistosa. Me interesa la película fragmentariamente: tiene partes demoledoras y otras que siento como ejercicio de solipsismo, desdeñable, metido con calzador. Se atisba un guión genial pero carece de talento Malick para trasnsformarlo en obra maestra. O sea, como siempre. Todo intenciones y otro chasco más.