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Voto de Sergio Berbel:
10
Drama. Cine negro Verano de 1949. Ed Crane (Billy Bob Thornton), un introvertido barbero de un pueblecito del norte de California, se siente insatisfecho de su rutinaria vida. Las infidelidades de su mujer (Frances McDormand) le brindan la oportunidad de ejercer un chantaje que podría ayudarle a cambiar su apática existencia. (FILMAFFINITY)
26 de febrero de 2024
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Seis años después de esa obra maestra épica como es “Fargo”, los geniales Joel y Ethan Coen volvieron al thriller como forma de diseccionar la realidad familiar, sin piedad alguna hacia ella porque no la merece, en la no menos magistral “El hombre que nunca estuvo allí”. Con bastante menos (inexplicable) repercusión que “Fargo”, para mí tiene, como mínimo, la misma calidad que ésta. A lo que tenemos que adicionar en este film de 2001 una cuestión que lo hace sublime, una de las fotografías en blanco y negro más bellas de la historia del cine a cargo de Roger Deakins. La belleza formal de esta película tiene pocos precedentes y hace levitar al cinéfilo más exigente. Hay planos que, una vez vistos, permanecerán en la memoria de tu retina cinéfila para siempre. Otros, directamente, deberían estar colgados en un museo.

Pero si inconmensurable es un belleza formal, no se queda atrás su contenido, el retrato sobre un perdedor que se sabe perdedor y que, por tanto, juega las cartas que le da la vida con la osadía del que está tocando fondo y ya no puede descender más.

De una manera colosal, la cinta nos sumerge en el verano de 1949 para contarnos la historia de un callado e introvertido barbero (interpretado de manera antológica por Billy Bob Thorton) que trabaja para su cuñado, una máquina de disparar palabras estúpidas. Cuando vuelve a casa, el panorama no es más alentador, dado que su esposa (magistral Frances McDormand) tampoco calla ni lo respeta, además de tener una relación adúltera bastante evidente con su jefe (un tal James Gandolfini, ahí es nada). Entonces es cuando el barbero decide (ésta es la conexión con “Fargo”) escribir al jefe de su mujer para hacerse pasar por otra persona y chantajearlo con airear públicamente dicha infidelidad si no entrega diez mil dólares. Con ese dinero, va a invertir en la oferta con la que un charlatán lo ha embaucado para crear una cadena de lavanderías en seco.

Esa capacidad visual innata, reconocible e insuperable de los Coen se desparrama a lo largo de toda la cinta, acompasada por la música de su inseparable Carter Burwell, que se acompaña de algunas sonatas de Beethoven que la hija de un abogado vecino suyo siempre interpreta al piano y con la que el barbero entabla una extraña relación. La niña en concreto es una jovencísima Scarlett Johansson. Porque la nómina de actores y actrices secundarias de esta película toca el cielo cinéfilo, como todo en la misma, una de las películas más bellas que haya visto en toda mi vida y un homenaje de los Coen al cine negro norteamericano clásico.
Sergio Berbel
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