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Voto de Sergio Berbel:
10
Drama Por primera vez en su vida, víctima de problemas cardiacos, Daniel Blake, carpintero inglés de 59 años, se ve obligado a acudir a la asistencia social. Sin embargo, a pesar de que el médico le ha prohibido trabajar, la administración le obliga a buscar un empleo si no desea recibir una sanción. En la oficina de empleo, Daniel se cruza con Katie, una madre soltera con dos niños. Prisioneros de la maraña administrativa actual de Gran ... [+]
14 de agosto de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hacía tiempo que no lloraba viendo una película. Me ha sido inevitable en dos momentos terroríficos de “Yo, Daniel Blake”. Es obvio, por sabido, que la conciencia social y el pensamiento progresista europeo deben mucho al tándem formado por el director Ken Loach y su guionista de cabecera Paul Laverty. De la factoría de la que han salido los grandes films sociales de nuestra época, conquistaron en 2016 Cannes con “Yo, Daniel Blake”. Inmediatamente después nos llegó otra obra maestra inconmensurable de la misma dimensión: “Sorry, we missed you. Está claro que la conjunción Ken Loach-Paul Laverty está justo ahora en su mejor momento, tocando techo, o sea, llevando a tocar techo al cine social europeo justo en el momento preciso, cuando todos los derechos laborales se han disuelto y el fascismo y la pobreza se adueñan del continente.

De nuevo ambos activistas del cine ponen el dedo en la llaga de las miserias más intolerables del capitalismo salvaje, que ha arruinado con sus excesos todo el edificio social europeo, expulsando del paraíso de la supervivencia a un conjunto de seres humanos que ya no le son útiles para la explotación y que, por tanto, desecha porque (por ahora) está prohibido deshacerse de ellos. La cosificación del ser humano que sólo importa cuando genera riqueza y como consumidor, no como persona.

Es el caso de Daniel Blake, un carpintero británico viudo que pierde su empleo justo cuando va a llegar a ser sexagenario a consecuencia de haber sufrido un infarto. La Seguridad Social, totalmente externalizada y gestionada por una empresa privada que ha hecho de la burocracia un parapeto perfecto contra todos los derechos del ciudadano mediante el viejo método de la asfixia por aburrimiento a través de la inaccesibilidad, le hace someterse a un calvario insoportable para solicitar una prestación a través de internet, para una persona que jamás ha visto un ordenador ni en pintura ni sabe cómo se enciende, ni qué es un ratón. Pero el sistema capitalista, tan repulsivo siempre, ha encontrado en las nuevas tecnologías otro camino de exclusión social y de expulsión de todo el que le estorba en su camino, con el beneplácito de la burocracia estatal.

Mientras tanto, Daniel Blake intenta buscar trabajo, pero se encuentra con la segunda trampa mortal capitalista: ¿quién va a contratar a un vejestorio sexagenario? No existe para el mercado, es un error, es un obstáculo, es necesario borrarlo del sistema para que no moleste.

Mientras tanto, ese mártir moderno (soberbiamente interpretado por Dave Johns) conoce a una joven con dos hijos pequeños (otra interpretación antológica de Hayley Squires, que literalmente me ha hecho llorar dos veces) que igualmente está siendo apartada del sistema a patadas a través de la exclusión social y el desahucio. Y entonces Ken Loach y Paul Laverty nos recuerdan que la única posibilidad de supervivencia del proletariado es la solidaridad entre seres humanos cuando lo que se tiene delante no es más que la desesperación más absoluta y la muerte como única salida posible.

Cruda, de estilo cuasi documental marca de la casa, impresionantemente interpretada, y rodada en tiempo real, “Yo, Daniel Blake” nos demuestra que el cine de Loach sigue en forma y es cada vez más necesario.
Sergio Berbel
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