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Voto de Sergio Berbel:
10
Drama Drama sobre la Iglesia de la Cienciología. Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), un intelectual brillante y de fuertes convicciones, crea una organización religiosa que empieza a hacerse popular en Estados Unidos hacia 1952. Freddie Quell (Joaquin Phoenix), un joven vagabundo, se convierte en su mano derecha. Sin embargo, cuando la secta triunfa y consigue atraer a numerosos y fervientes seguidores, a Freddie le surgirán dudas. (FILMAFFINITY) [+]
19 de mayo de 2023
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Estamos ante la película más perversa, insana, abstracta, oscura, perturbadora, críptica, cifrada y difícil de digerir del mejor director del mundo, Paul Thomas Anderson. Y eso es mucho decir porque el listón en ese aspecto malsano está altísimo tanto antes (“Boogie Nights”, “Magnolia” o “Pozos de ambición”) como después de esta cinta (“El hilo invisible”). Coincide con el resto de su filmografía en su maravilloso estilo grandilocuente, ampuloso, de lentísimos movimientos contantes de cámara, largas escenas para solaz de los que aborrecemos los montajes epilépticos del cine actual, planos cenitales, planos secuencia coreografiados con una pulcritud que no pareciere humana (en este caso se esconden con timidez poco habitual en el estilo del genio), profundidad y solemnidad. Sabiéndose hecha para ser obra maestra inmortal desde el mismo momento de su concepción, como todo lo que sale de la privilegiada mente del mejor entre los mejores.

Sobre todo solemnidad, porque eso es el cine de Anderson, cine que se ha pensado, rodado, montado, proyectado y creado para ser serio, ampuloso, oscuro, ácido, para concentrarse en sí mismo, sabiéndose parido como obra maestra. Paul Thomas Anderson rueda siempre pensando que está haciendo la mejor película de la historia del cine (su ambición artística no le permitiría otra cosa) y esa solemnidad protagoniza también “The Master”.

Pero, en esta ocasión, se viste de narración menos clásica y lineal y decide usar el camino de la abstracción, del surrealismo, de sugerir más que narrar, a través de escenas que requieren de esfuerzo interpretativo por parte del espectador, de creación después de la proyección, de discusión post visionado de un relato que no pretende ser ni es lineal, sino meros brochazos de un drama psicológico profundo y aterrador que el espectador tendrá que ir armando en su cabeza, abandonando el canon clásico narrativo que preside toda la obra de este genio privilegiado del cine.

Paul Thomas Anderson se embarca en “The Master” en contarnos los entresijos más insanos, perversos y sucios de las sectas que pulularon por los USA tras la II Guerra Mundial (si en “Pozos de ambición” fija su mirada en las dos primeras décadas del siglo XX en su país, aquí lo hace en la de los 50). Y decide fijarse en un personaje repulsivo e histriónico basado libremente en el fundador real de la Cienciología. Pura palabrería sin sustancia a mayor gloria de la cuenta bancaria que sube como la espuma a costa de los incautos que creen en la reencarnación y la vida eterna.

Interpretado por el inmenso Philip Seymour Hoffman (un fijo en la filmografía de mi dios Paul Thomas Anderson), sabe dotar al personaje de una doble cara, de un padre acogedor y cariñoso y de alguien sin escrúpulos y propenso a la ira. Y Hoffman… nadie como él para eso. Se cuenta que decidió fijarse en la figura de Orson Welles para buscar su tono interpretativo. Sin duda parece ser así.

Pero hay un actor que sabe brillar a su lado y es Joaquin Phoenix en una de las más hipnóticas interpretaciones que haya dado el cine a lo largo de toda su historia. Auténtico eje de la cinta, su personaje es un soldado con graves desequilibrios mentales y una terrible propensión a la violencia y al sexo, agravados por su estancia en el Pacífico durante la II Guerra Mundial, que vuelve a los USA trastornado, impulsivo, de ira peligrosa ofrecida en estallidos, violento y alcohólico, y que va rebotando de trabajo en trabajo hasta que es “adoptado” por el padre de la secta de la Cienciología, quien lo convierte en un soldado leal y siempre dispuesto a dar la vida por su dueño.

El estilo siempre perfecto y absoluto de Paul Thomas Anderson y las interpretaciones de Philip Seymour Hoffman y Joaquin Phoenix hacen esta película imprescindible para cualquier cinéfilo, no siendo apta para todos los paladares, porque Anderson susurra al oído más que cuenta una lenta historia, a través de escenas impactantes pero difíciles de desentrañar, como la de la reunión en la casa de Laura Dern o la de la moto en el desierto. Pura metáfora a mayor gloria del cine que tiene como padre supremo a Paul Thomas Anderson.
Sergio Berbel
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