Durante 90 minutos, "Todos estamos invitados" se mueve entre unas supuestas buenas intenciones y un desarrollo más bien torpe (en realidad, puede que la palabra no sea 'torpeza' sino 'delirio'). Por una parte, es de agradecer que la película no caiga en la equidistancia, en la justificación del supuesto conflicto vasco o en pretender igualar lo mal que lo pasan los familiares de los etarras presos con las víctimas de ETA. En ese sentido, ya digo, la película sí se posiciona y deja claro quienes son los asesinos (y los que los apoyan implícita o explícitamente) y quienes las víctimas.

El problema es que, buenas intenciones al margen, la obra es técnicamente muy mala. Hacer una película sobre ETA exige una delicadeza y una sensibilidad de las que, a juzgar por lo visto, Manuel G. Aragón y sus guionistas carecen. Poner a un gitano como etarra protagonista no se merece otro calificativo que no sea frivolidad. Y que Iñaki Miramón haga de malvado tambien es para demandar al director de casting. La trama es muy flojita, igual que las interpretaciones (se dividen en malas y muy malas)... pero lo que no tiene perdón de Dios son unos innecesarios y vergonzosos tiroteos y unas persecuciones sonrojantes. No había visto nada igual desde aquella película basada en la serie "Compañeros" (me falla la memora... ¿puede ser "No te fallaré"?).

Si pretendía ser un homenaje o una cinta de denuncia, había formas mejores de hacerlo.