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España España · Madrid
Voto de Charles:
9
Animación. Fantástico. Comedia. Drama Miguel es un joven con el sueño de convertirse en leyenda de la música a pesar de la prohibición de su familia. Su ídolo es Ernesto de la Cruz, el músico y cantante más famoso de México. La pasión de Miguel le llevará a adentrarse en la "Tierra de los Muertos", donde conocerá su verdadero legado familiar. (FILMAFFINITY)
26 de octubre de 2017
103 de 113 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bien pensado, vivimos la vida en una continua referencia.
Homenajeamos en nuestros actos a los que vinieron antes que nosotros, evitamos pasar por alto los consejos y enseñanzas de nuestros allegados y, al final, no podemos evitar referenciarnos a nosotros mismos, solo para dejar esa huella especial en aquellos que nos importan.
La línea entre una pasión que nos llega por parte de otros y nuestro propio legado se va tornando difusa con los años, a medida que se comprende la importancia de ser recordado, y, sobre todo, de qué manera.

Pocas películas animadas recientes se han enfrentado a temas tan complejos como 'Coco' y han tratado de abordarlos desde el corazón, mezclando sin complejos lo místico y lo emocional, a la vez que evitando idealizar los sueños y condenar las metas humildes.
No hay mayor satisfacción que seguir una pasión, aún cuando el camino hacia ella pueda parecer difícil: así le sucede a Miguel, un muchacho mexicano que trata de escapar de la herencia familiar de zapateros, porque lo que él siempre ha querido es compartir la música de su guitarra con el mundo, como su ídolo Ernesto de la Cruz.
Este último, de hecho, logra configurarse a través de los ojos del joven zapatero en una figura perfecta e ideal, máximo ejemplo de que un sueño solo se cumple si te arriesgas a cogerlo: ahí están esas cintas que ve Miguel con sus mejores momentos, de dudoso gusto cinematográfico pero innegable valor nostálgico, como pedazos de un mundo mejor al que solo se logra acceder si se consigue tocar desde el corazón a un público entregado.

Los temas de fondo de la historia llegan directamente desde esas escenas simples y cotidianas, con Miguel afinando una guitarra mientras contempla el desgastado televisor, y a la vez esquiva la sobreprotección de una familia que nunca le dejará tocar música, solo porque su misterioso tatarabuelo decidió anteponer una vida de fama y guitarra a cualquier otra cosa.
Por un lado, está la satisfacción de servir en una tradición familiar que todos los que le rodean apoyan, pero por otro... está la emoción de tocar en la plaza, sin freno, sin mesura, sin más acompañamiento que las sonrisas de quienes escuchen, capaces de dotar de significado letras que perderían sentido sin nadie que pudiera oírlas.
Vaya, nada que ver entre un taller lleno de familiares trabajando, y un impresionante espectáculo con público y bailarinas coreando.

Por motivos que no conviene desvelar, la entrada de Miguel en la Tierra de los Muertos tiene lugar siguiendo su pasión musical, pero lo más interesante es la expresión que allí alcanza su dilema: perseguido por una familia no-muerta que le recuerda la importancia de pertenecer a una ofrenda del Día de Muertos, prefiere aliarse con un esqueleto vividor llamado Héctor para ir a buscar a su ídolo y así hacerle saber que a donde realmente quiere pertenecer es a la música, mientras su cuerpo va disolviéndose en forma huesuda a medida que se acerca el amanecer.
De alguna manera, Miguel sigue intentando liberarse de un entorno limitado y acaparador, como hizo Ernesto de la Cruz en su momento, rechazando una familia a la que por fin puede confrontar amargamente: "nunca me habéis apoyado, que es lo que se supone que hacen las familias".
Sin embargo, es justo en el momento en el que se enuncia esa frase en la que nos damos cuenta de que quizás su tatarabuela Imelda no es la villana que hemos estado percibiendo, persiguiéndole y amenazándole con una bestia mítica, sino una mujer dolida que hizo todo lo posible por mantener su familia unida.
Al igual que antes hemos visto que Héctor quizá no es un caradura frívolo, sino un abandonado enfrentándose al olvido de no estar en ninguna ofrenda; al igual que después vemos en Ernesto de la Cruz algo más próximo a un pobre hombre, utilizando sus tristes vivencias como inspiración de sus películas en blanco y negro, que parecen más viejas que nunca.

Nadie fue recordado como debería, quizá porque cambiaron pasión encendida por obligación momentánea, e incluso alguno no tuvo la oportunidad de enmendar su error.
Miguel se ve reflejado en generaciones anteriores que siguen atrapados en equivocaciones, incluso después de muertos, y decide que con él podría terminar el círculo: la pasión por la música y el necesario legado familiar pueden convivir, siempre que ambos estén dispuestos a tenderse la mano.
Y aún más, ese cambio de sentido emocional puede arreglar un cuadro familiar largo tiempo quebrado, tal es la magia del Día de Muertos, que revive la presencia de los queridos, solo para que nos demos cuenta de todo lo que nos han dejado, tanto bueno como malo.

Pixar, en esta historia, consigue algo bastante especial si se piensa bien: habla de tradiciones, de herencias, de eternos inmutables... y demuestra que nunca es demasiado tarde para cambiar, ni se es demasiado esquelético para no luchar.
Tan sólo hace falta recordar...

"Recuérdame", la misma grandilocuente balada que canta Ernesto de la Cruz al principio, adquiere otra dimensión al final, más sencilla, más bonita, más íntima.
Justo en ese momento una pasión y un legado familiar alcanzan una comunión especial: la clave en la aventura que hemos vivido, y la prueba de que ambos mundos se pueden encontrar.
Charles
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