Casi que estoy viendo cuál fue el razonamiento de las cabezas pensantes en Marvel.
“Tenemos una actriz protagonista con un carisma que rebosa, una estética años 40 ‘art-decó’ directamente salida del mejor cómic pulp de la época, varias décadas de historias asombrosas cimentando el Universo Marvel… ¿y tenemos que tirarlo todo por la borda?”
Habría sido una verdadera lástima decidir que el Capitán continuará en otros tiempos, y Peggy Carter no tenía nada que contar en los que le había tocado vivir.

‘Agent Carter', así nacida, es la máxima celebración del valor añadido.
Lo que en la película sobre el Primer Vengador era gustoso acompañamiento, aquí se convierte en plato principal, y como ya era bienvenido por aquel entonces, solo queda disfrutar.
Espías de cualquier bando, latente Guerra Fría, imposibles armas de última tecnología, organizaciones secretas de elegantes villanos, la era dorada en Hollywood de fondo, la re-construcción de Norteamérica sobre hombros de generaciones entusiasmadas con las posibilidades… un pastel casi inofensivo, más vistoso que importante, pero cuya guinda en forma de Peggy Carter favorece todo lo demás.

Ella, que tras la 2º Guerra Mundial se ve relegada a insustancial trabajo de oficina, sigue teniendo el valor de por aquel entonces, y junto con la inspiración que le dejó Steve Rogers se lanza a la aventura tras la pista de los malos, a pesar de toda la masculinidad trajeada que duda de sus capacidades, porque esa siempre fue la vida que quería.
La excusa para emparejarla con el apocado Edwin Jarvis, mayordomo de Howard Stark, no puede ser más gratuita, al estilo de serial televisivo, y como las mejores parejas, funciona de lujo unir en persecución a personajes tan opuestos de personalidad: cada uno aprende de las fortalezas del otro, se sostienen en sus flaquezas, y qué agradecido es ver una pareja hombre-mujer llevando una carismática amistad que no tiene por qué derivar en algo más.
¿Y los malos quiénes son? Se puede decir que los de siempre: mujeres fatales frías como el hielo, autoproclamados nuevos señores del mal, perversos doctores que con sus invenciones el mundo controlarán, sociedades de siniestras reuniones, o incluso reinas de la belleza a las que les han faltado medios para sus ambiciones hasta ahora… cada alegre tópico se pone sobre la mesa, y quizá se disfrutan no tanto por lo que aportan, sino por el entrañable escaparate de desviaciones hipervitaminadas del siglo pasado que conforman.

Otra lectura, algo más sutil o directamente accidental, es la que habla de Peggy Carter o Howard Stark como el reverso luminoso de esas aguerridas espías o megalomanos genios a los que se enfrentan, como estos mismos les recuerdan, porque tuvieron la suerte de estar en el bando ganador o crecer apoyados en sus capacidades, mientras al otro lado del telón de acero o a pie de calle han tenido que conformarse con reptar bajo la represión femenina y nunca salir en los periódicos de nadie.
Sin embargo, ellos también perdieron algo: la inspiración del Capitán murió aterrizando en el hielo, al terminar la guerra, y nada puede reparar la impresión de que el mundo sería un poquito mejor de haberse esforzado por mantenerle con vida. Se perdió el halo victorioso con el que iban a cambiar cosas, y desde entonces ambos se han esforzado por superar sus propias dudas al respecto, cada día, en cada error y acierto, a pesar de que la época necesita segar la planta que sobresale más.
Una idea sencilla, pero constante entre cada peligro de la semana, que demuestra que las buenas personas como Steve Rogers no se hacen de casualidad, sino que necesitan una inspiración, lo que Peggy y Howard se empeñan en ser, aún cuando sería más fácil dejarlo todo como estaba.

Los tiempos cambiarán, y cada vez será más difícil mantener a raya los peligros que traigan, o superar las discriminaciones que entrañan.
Pero algunas personas, como Peggy Carter, saben que el trabajo nunca acaba.