De vez en cuando, viene bien toparse con cuentos así.
Rebeldes y supuestamente transgresores, que no tienen miedo de poner trabas al orden establecido.
Pero que en el fondo tienen un corazón tan blanco como la leche, y les encanta sacarlo al poco de regodearse en su supuesta travesura.

Como cuento, 'Peter Rabbit' depende de sus detalles, no de su justita historia con moraleja, así que es todo un placer cuando estos se sienten cuidados más allá de lo necesario: Domhnall Gleeson, Rose Byrne y un breve Sam Neill componen el perfecto marco humano para los animalitos CGI, y por el camino se llevan la simpatía del espectador menos infantil.
Porque la gracia es que ellos han decidido abrazar toda la lógica cartoon y desquiciada de los dibujos animados, sin dejarse ninguna verguenza en el tintero, y creyéndoselo ellos acabas creyéndolo tú.
(Por si hacía alguna falta recalcarlo, es maravilloso cuando un actor de la talla de Gleeson elige ser un imbécil repipi que piensa que un retrete está limpio solo cuando se puede beber con pajita de él)

A su lado, acabo desconectando de Peter Rabbit y familia, tan solo por ver cómo el remilgado mánager de almacenes empieza a mostrar que también tiene un corazoncito gracias a la encantadora Rose Byrne.
Es más, el puñetero conejo de chaqueta acaba siendo el villano, porque veo que le está robando la tranquilidad a un tipo que por fin se aleja de su energúmeno interior que tantas veces le salía a flote antes de heredar una parcela de campo.

Así, con un ritmo más ágil imposible, con alguna coña muy bien traída (ese violín que suena en el equipo de música; el "murió del pendiente infectado"), este cuento acaba dejando una sensación más grata de la que parecía, porque se ha tomado al pie de la letra que no aburrir debe ir acompañado de no tomar por tonto al posible público.
Y oye, si por el camino le enseñas a un niño que todo conflicto tiene dos puntos de vista, y cada persona intenta ser mejor cada día... eso que nos llevamos.