Durante 20 minutos la cosa promete; a los 40, la impresión es de que algo debería suceder pero nada acontece, más allá de seguir escuchando el tictac del reloj. Poco después -transcurridos ya 60 o 70 minutos de película- los "invitados" de ambos lados de la pantalla comparten el mismo aburrimiento. Y Karyn Kusama, que lo advierte, decide ponerle remedio. Atropelladamente. Y vaya usted con Dios.
Pero qué pijos tan muermos y tan raros.