Son las cosas que pasan cuando uno se compra un coche nuevo y no realiza los gastos extras que conlleva esa nueva adquisición. Ahora y en 1960 es conveniente rascarse un poco más el bolsillo para tener un buen seguro que cubra cualquier tipo de incidente, por no hablar de pagar una buena plaza de parking. Si el pobre Richard Todd hubiera cubierto estas dos necesarias cuestiones no se hubiera metido en el problemón que "Hasta el último aliento" plantea, claro que, eso es más evidente aún, al aparcar el coche en la calle y no tener un seguro que le cubra el mal rato de que se lo levanten, podemos disfrutar de una más que correcta película. Desde que se produce el robo hasta que la película finaliza hay apenas noventa minutos, tiempo suficiente para que nos encontremos con un sobresaliente Peter Sellers, en el papel del malo malísimo, y con una policía inglesa un tanto incompetente.

Me encanta la idea que un hombre del montón, lo que podría ser mi vecino del quinto fácilmente, se enfrente a un mafioso como Sellers, que al menos tenga el valor de tirar para adelante y no conformarse con lo sucedido, agachar la cabeza y resignarse. No, al pobre hombre le roban el coche, está al borde del despido en el trabajo y hasta su mujer pone en duda su matrimonio y sin embargo, esto es lo mejor, se enfrenta a lo desconocido, casi obsesionado por su coche, cegado, obcecado. También hay tiempo para ver a unos delincuentes, al margen de Sellers, muy del montón, se trata de unos criminales algo pasados por agua, ligeros, no especialmente llamativos. Sin embargo "Hasta el último aliento" mantiene siempre el interés por las acciones del protagonista, por sus pesquisas personales y porque me pongo en su piel y me fastidiaría mucho que me robaran el coche. Eso sí, yo jamás lo aparcaría en la calle...