Aplaudo y aplaudiré siempre a los valientes, hasta que me sangren las palmas de mis manos si hace falta, porque en esto del cine el que arriesga merece todo el respeto y si no valoramos a quienes abren caminos nuevos llevaríamos estancados décadas. Dicho esto (me parecía imprescindible), estoy obligado a concretar más, no sólo respecto a la obra y el camino específico que arrastra Peter Greenaway sino a la agotadora película que he visto. Me parece imposible que nadie acabe extenuado si es que la ven del tirón, es imposible no acabar roto y abrumado, superado, yo qué sé, es como beberse una botella de Vodka y pretender seguir igual como si fuera agua. Elogio hasta el infinito a los valientes.

Por eso de tanto en tanto acudo a Greenaway, para reconocer lo diferente y lo raro, porque además otras veces he acabado contento y satisfecho.

Con Shakespeare se mete nada menos. Y claro, si no sabes de qué va acabas loco antes de sus primeros quince minutos. Cada plano es una locura, cada escena está medida en su más escondido detalle, es tan barroco y recargado que asusta. Estoy convencido que la mayoría que empiezan no acaban de ver el final de Próspero. Asusta, echa para atrás, es una película que te avasalla. Yo he tenido que verla por capítulos. No puedo dejar de decir que en mi vida había visto tantos culos y tanta entrepierna al aire en una película no porno, todos en pelotas, en cada escena, bailando, de figurantes, debajo del agua... Una absoluta apisonadora...