Cuando llevas media hora de película, nada te hace presagiar en lo que se va a convertir esta obra maestra de uno de los mejores directores de todos los tiempos. Cuando piensas que se trata de una más de sus películas de intriga, suspense y persecuciones, un giro en el argumento te lleva a varios de los mejores momentos de terror del cine nunca vistos.
Poco hay que comentar respecto a la escena de la ducha, una imagen mítica, en la que es más lo que no se ve que lo que se ve. No hace falta caer en lo burdo e inútilmente sangriento para producir la sensación de agobio que esta escena produce.
Los actores no pudieron superar nunca las cotas que aquí alcanzan, especialmente un Anthony Perkins que logra encarnar a la perfección todos los matices que este personaje reune.
Lógicamente, a estas alturas es muy difícil que alguien que vea esta película no esté apercibido del argumento de la misma, pero no podemos por ello ignorar la originalidad de la historia y la maestría en los giros que experimenta y en su resolución.
La fotografía en blanco y negro es magnífica, y cómo olvidar la banda sonora, que contribuye como anillo al dedo a crear la atmósfera de claustrofobia y misterio.
No importa cuántas veces la hayas visto, porque es una película para admirar en todos sus detalles. No te la puedes perder.