Lo mejor: el regreso de un hito del terror (el principio de esta es, de hecho, el final de aquella), no por la valía de la propuesta sino por la añoranza que despertará en aquellos que crecieron creyendo que la leyenda falsamente documentada en mil novecientos noventa y nueve (como dato curioso señalar que si los tres idénticos dígitos se invierten resulta la cifra representativa por antonomasia del mismo anticristo) era una evidencia de una actividad paranormal; la ubicación de alguna cámara subjetiva (concretamente la auricular, amén de la típica en mano y la del dron) es, posiblemente, lo más original de un metraje que comienza con una fase de testimonios que aporta tan poco a la historia como su propio devenir; el último cuarto, que luce como un videojuego de realidad virtual de máxima inmersión, es un primor cinéfilo que los amantes del género considerarán un regalo tan inesperado o más que la fiel (y breve) reconstrucción de los hechos de los primeros instantes.

Lo peor: el burdo intento de aprovechar el interés suscitado antaño por El proyecto de la bruja de Blair (tal vez en este punto quepa recordar que la que ocupa es la continuación directa de aquella) recuperando su insustancial contenido y rescindidas explicaciones (simbólicos asedios, artimañas sonoras, errores horarios, desconciertos situacionales...), no repitiendo exacta fórmula sino mostrando esta vez más nítidamente (el minuto cincuenta y seis, cuando el vudú sobrepasa la mera sugestión, tal vez sea el más sorprendente) el peligro corpóreo mediante la introducción de cierta figura de deforme aspecto, siendo este el mayor error fílmico al no fructificar el enorme potencial y las infinitas posibilidades de una secuela tan esperada como decepcionante que encuentra su sentencia en la pronunciación de la fatídica frase “todo va a ir bien”; la facilidad del grupo de investigadores para acceder a que dos completos desconocidos se unan a una misión ya de por sí muy arriesgada, algo tan incauto como abandonar el vehículo de transporte en medio de un frondoso bosque nunca visitado antes confiando ya no que nadie lo hurte sino encontrarlo de nuevo o partir en busca de leña cuando está a punto de anochecer sin dominar el territorio; la falsa advertencia importada del pasado como miserable reclamo, en este caso versando “estas imágenes se han montado partiendo de tarjetas de memoria y cintas halladas próximas a Burkittsville, en Maryland...”.

Daniel Espinosa
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