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Voto de Luis Arteaga:
10
Romance. Drama Con la Guerra Fría como telón de fondo, “Cold War” presenta una apasionada historia de amor entre dos personas de diferente origen y temperamento que son totalmente incompatibles, pero cuyo destino les condena a estar juntos.
20 de octubre de 2018
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde el asentamiento definitivo del cine en color, solo unos pocos realizadores han vuelto la vista atrás y han asumido el enorme riesgo comercial y artístico de afrontar una película en blanco y negro. Con más acierto o con menos, el monocromo ha sido usado en ocasiones como un mero recurso estético y en otras como lo que realmente es: un lenguaje en sí mismo. Así lo entendió Pawel Pawlikowski, cineasta polaco que ya consiguió maravillarnos con su sorprendente y emotiva "Ida". Un film cargado de una belleza fotográfica difícilmente replicable. Cinco largos años después, de nuevo codo con codo con del director de fotografía Lukasz Zal, y en un tan riguroso como sorprendente 4:3, vuelve a regalarnos otra obra maestra de nombre "Cold War".

En sus manos, lo que en una primera lectura podría resultar una historia mil veces contada, se trasforma desde el primer plano en una de esas experiencias cinematográficas difíciles de olvidar. De esas que devuelven al cine su definición de arte mayúsculo. Su magnética plasticidad y la fuerza visual de sus imágenes llegan en incontables ocasiones a sustituir los diálogos, haciendo que solo sea necesaria una mirada para llegarnos al alma. Una de esas que se lanzan como puñales los dos protagonistas, pasionales a más no poder y con las que consiguen atravesarnos la piel. El inmenso trabajo actoral de Tomasz Kot (Wiktor) y, sobretodo, de Joanna Kulig (Zula), terminan por convertir esta cinta en una de las más descarnadas y bellas historias de amor imposible jamás contadas.

En medio de un contexto histórico tan represivo como esa Polonia de la Guerra Fría en la que sus habitantes se debían al despiadado régimen estalinista, surge con fuerza un amor tan inmenso como tóxico, capaz de cruzar cualquier frontera pero con la misma capacidad autodestructiva. El carácter caustico e ingobernable de Zula marcará el tempo en la vida de los amantes, dejando para el recuerdo de todo cinéfilo que se precie al menos tres escenas que marcarán (o que deberían marcar) una época en la historia del cine actual: la escena de su frenético baile a lo Kill Bill, la sobrecogedora escena del piano de Wiktor y una escena final tratada con un lirismo y una sensibilidad que terminan por poner de relieve el talento de una mirada única solo a la altura de grandes maestros del celuloide. Un Olimpo de creadores en el que sin lugar a dudas, ya se encuentra Pawlikowski.
Luis Arteaga
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