Media votos
6,9
Votos
1 479
Críticas
31
Listas
3
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Baxter:
10
8,2
30 913
Drama
Eddie Felson (Newman) es un joven arrogante y amoral que frecuenta con éxito las salas de billar. Decidido a ser proclamado el mejor, busca al Gordo de Minnesota (Gleason), un legendario campeón de billar. Cuando, por fin, consigue enfrentarse con él, su falta de seguridad le hace fracasar. El amor de una solitaria mujer (Laurie) podría ayudarlo a abandonar esa clase de vida, pero Eddie no descansará hasta vencer al campeón sin ... [+]
3 de enero de 2008
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tomando como punto de partida una brillante novela del desconocido escritor Walter Tevis, un Robert Rossen completamente transformado, después de haber sufrido una penosa depresión motivada por su largo calvario por el cine europeo y que fue promovido por sus denuncias ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas, escribe, produce y dirige la que es su mejor película: un film trágico, desgarrador, cínico y vital, ambientado en la Norteamérica de la Gran Depresión y que cuenta la historia del fracasado Eddie Felson (Paul Newman), su adversario, el gran campeón Minnesota Fats (Jackie Gleason), su destructivo representante Bert Gordon (George C. Scott) y la novelista coja y desamparada Sarah Packard (Piper Laurie).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Robert Rossen juega a tres bandas en esta película de la misma forma que lo hacen sus protagonistas. Nos ilustra sobre el cerrado, pequeño, rutilante y sórdido mundo de los jugadores profesionales de billar, sus timbas, las apuestas, los mezquinos y decadentes personajes que lo integran, captando cada gesto de los jugadores en sus interminables e insomnes partidas, sus deseos y ambiciones, empujándoles a olvidar la frialdad del mundo exterior junto a una mesa cubierta de terciopelo verde. Arropados con el humo de infinitos cigarrillos, de alcohol y con las sempiternas y cálidas lámparas de un rancio billar de barrio pobre, los personajes se mueven en la asfixiante y onírica frontera que separa ambos mundos: el real y el establecido por ellos mismos como modelo ideal de supervivencia. Nos muestra a sus héroes y villanos, desdibujándolos, haciéndonos imposible el diferenciar entre unos y otros, transformándolos en seres tan reales como esperpénticos, impregnando sus personalidades de todo aquello de lo que están formados y dotándoles de un infinito rencor hacia el mundo que se encuentra más allá de las mesas de juego. Después, Rossen nos ofrece una visión cáustica y pesimista del destino de los perdedores, imágenes sombrías y crueles que se incrustarán para siempre en la memoria del espectador y que en la película están expresadas con delirante e hipnótico poder visual.
En ese entorno nace y crece Eddie Felson "El Rápido" (Paul Newman), un brillante, derrochador y arrogante jugador de billar curtido en oscuros tugurios. El director vuelca y refleja en él la tipología del perdedor nato, del fracasado marginal, del extrovertido aunque descerebrado y patético hombre sin fortuna surgido de los suburbios, asociándolo a un carácter cínico y vehemente, a un espíritu ambicioso y solitario, únicamente consolado por una alcohólica bienintencionada que le arrastrará hacia una relación sentimental tan destructora como imposible.
Eddie Felson inicia una bajada a los infiernos de su propio “yo”, un abandono a su propia suerte tras el primer encuentro con el genial “Gordo de Minesota”, adquiriendo los hábitos y maneras que marcan la desolación y la angustia existencial. A través de la extraordinaria fotografía del veterano Eugen Schufftan, quien recibió un merecido Oscar por su trabajo, percibimos que todo está sutilmente controlado en esta magnífica obra; es cine de ayer convertido a través del tiempo en cine de siempre. Está amasado con ese esplendor en blanco y negro, (de infinita gama de grises, que diría Billy Wilder) que son los colores primordiales y primigenios de este arte convertido de pronto en un arte viejo, en un arte secular. Y es un esplendor que estalla con delicadeza dentro de las imágenes de una película que fluye arrodillada alrededor de sensaciones vivas de cine inolvidable, de cine destilado en el alambique que la memoria reserva para las cosas intactas e imperecederas.
En ese entorno nace y crece Eddie Felson "El Rápido" (Paul Newman), un brillante, derrochador y arrogante jugador de billar curtido en oscuros tugurios. El director vuelca y refleja en él la tipología del perdedor nato, del fracasado marginal, del extrovertido aunque descerebrado y patético hombre sin fortuna surgido de los suburbios, asociándolo a un carácter cínico y vehemente, a un espíritu ambicioso y solitario, únicamente consolado por una alcohólica bienintencionada que le arrastrará hacia una relación sentimental tan destructora como imposible.
Eddie Felson inicia una bajada a los infiernos de su propio “yo”, un abandono a su propia suerte tras el primer encuentro con el genial “Gordo de Minesota”, adquiriendo los hábitos y maneras que marcan la desolación y la angustia existencial. A través de la extraordinaria fotografía del veterano Eugen Schufftan, quien recibió un merecido Oscar por su trabajo, percibimos que todo está sutilmente controlado en esta magnífica obra; es cine de ayer convertido a través del tiempo en cine de siempre. Está amasado con ese esplendor en blanco y negro, (de infinita gama de grises, que diría Billy Wilder) que son los colores primordiales y primigenios de este arte convertido de pronto en un arte viejo, en un arte secular. Y es un esplendor que estalla con delicadeza dentro de las imágenes de una película que fluye arrodillada alrededor de sensaciones vivas de cine inolvidable, de cine destilado en el alambique que la memoria reserva para las cosas intactas e imperecederas.