No se qué tanto aúllan algunos, esta película maneja un tono cartoon, tan estúpido como encantador y simpático. Hoy día son casi todas igual de estúpidas e infantiles, pero hay que soportarles el tufillo dramático, seudo profundo o cuasi serio. Al menos este Hudson Hawk sólo reparte puñetazos y frases, y no anda llorando por los rincones sus problemas de divorcio o presumiendo compromiso social.

La película arranca a todo trapo con Leonardo da Vinci (si, el mismísimo) pintando La Gioconda, inventando el avión, o convirtiendo el plomo en oro, mientras escapa de hombres y mujeres que lo acosan y reclaman. No sabía a qué atenerme cuando la empecé, y ese arranque me puso nostálgico: ya no se hacen locuras como ésta. Me acordé de Los Locos Adams, de las dos primeras Batman, de ¿Quien engañó a Roger Rabbit?.

Lo demás, ya se sabe: ritmo frenético inmejorable, escenografías exuberantes propias de los primeros años 90, Bruce Willis haciéndose el canchero (a mi gusto, lo que menos quisiera ver) en plan simpático sinvergüenzas, villanos caricatura que dejan la vida en cada gesto. Yo no se qué buscan los demás, pero a mi me gustaría que si aparece un superhéroe, al menos no me lo muestren tan compungido y con esas caras de culo.

Lo peor de la hipocresía es que, en su gesto mentiroso, te hace perder el estilo. Y el Halcón Hudson, ya lo ven, impecable saliendo de prisión, es puro estilo.