La saga tomó cierto sendero a lo largo de su más que conocida batería de argumentos para hablar sobre el dolor, el infierno y el placer como reversos intrínsecos de la misma moneda: la condición humana. El individuo, con ganas de escapar del dolor, se entrega al placer. De todas formas, el dolor que experimenta en vida no es sino una forma de dolor, o una forma de placer negativo. En esta línea, el individuo es algo así como un sujeto a lo Schopenhauer que, si pretende suicidarse, es porque extraña la vida placentera. Más o menos, este es el punto de inicio de 'Hellraiser: Deaders'.

Existe una secta dedicada a esto, a huir del infierno terrenal de la Tierra, para jugar al escondite con la muerte, que priva de sensibilidad al cuerpo, pero no al alma. Una periodista que fuma mucho y a la que no le importa meterse en cualquier lugar es la indicada para esta investigación. Y de esto va la cosa: de reconstruir, de investigar y de ejercer esto del 'periodismo gonzo', donde el investigador acaba por formar parte de la propia noticia.

Es entonces cuando se sacrifica realmente cualquier atisbo de antropología existencialista, para ofrecernos un thriller donde se busca la razón de que ocurra lo que ocurra. No obstante, nunca es la razón última (algo a lo que la saga acostumbra mucho). Uno termina con la sensación de que había más cosas que contar. Sin embargo, no esta sola, y por lo menos existe la sensación de que se le ha contado algo, y no del todo mal. Agradezco las dos escenas en las que aparece el tren de la secta, sobre todo la primera, por el recreo y el cuidado con el que se han dedicado a dar mal rollo. También destaco la primera mitad de la película en general, pues se las arregla para hacer interesante lo que al final no lo resulta tanto. La protagonista está genial, fuma mucho y te la crees, pero el villano no tiene nada de especial.

Digna entrega.