Hay películas que se quedan en la cabeza de quien las ve durante mucho tiempo después de salir de la sala de cine. Pero sobre todo reviviéndolas en la mente, y descubriendo en ellas detalles que quedaron guardados en el subconsciente, y que de repente reaparecen como si de un recuerdo perdido se tratara.


Desde el primer minuto la cámara nos acerca al que va a ser nuestro cuerpo durante las tres horas que dura el viaje. Somos Adele, una joven estudiante francesa. De esta forma comienza nuestro viaje por “La vida de Adele”, hablándonos de ese primer amor, el que te consume y te cambia para siempre, el que te obsesiona y te descubre mil y una posibilidades, el que cuando se acaba te deja completamente abatido, desorientado. No se escatima ninguna dosis de realidad. Todo surge de manera espontanea y natural. Las inseguridades y miedos que rodean a Adele pasan a ser nuestros, esa incomprensión que muchas veces domina su alma nos inquieta del mismo modo. La felicidad, la angustia, la ansiedad, la tristeza, todas las etapas de su vida, esas que la van construyendo como persona, son narradas con una delicadeza inigualable.

La vida de Adele es una historia de amor desarrollada a través del tiempo. La de una joven , que se encuentra en una encrucijada, recelosa de aceptar una identidad sexual ante el miedo de las normas morales de una sociedad conservadora, y el de otra joven, Emma, , una estudiante de Bellas Artes que ha aceptado sin coartadas su sexualidad. Bajo la superficie, sin embargo, subyace una profunda exploración del deseo y la sexualidad planteada en torno a un trabajo actoral colosal y una planificación que basa gran parte de su visceral fuerza dramática en el primer plano. Estos primeros planos son extraordinarios. Nos enseñan a los personajes de una manera muy cercana, tan brutal como tierna, apelando a lo primario de los sentidos. La película nos muestra el amor en todo su esplendor, por encima de la edad, el género o la condición. Todo ello pierde importancia cuando el destino de dos personas se cruza inseparablemente.

Dicen que para que una película sea considerada una obra maestra se necesita distancia, tiempo transcurrido, tiempo de reflexión... sensación de que esa obra ha sedimentado. En este caso no va a ser necesario que transcurra medio siglo, para que nos demos cuenta que estamos hablando, sin lugar a dudas, de una de las mejores películas del año.

Por todo ello, La vida de Adele, se convierte en una obra imprescindible. No a todos nos producirá la misma sensación pero, lo que es seguro, es que no dejará a nadie indiferente.