Como si de una especie de crónica de una muerte anunciada se tratara, esta X-Men sabía que arrancaba lastrada por ese acuerdo más que premonitorio sobre la compra de Fox por parte de Disney. De esta forma, el mundo mutante volverá a formar parte del MCU a costa, imagino, de los actores que nos han deleitado con su presencia en todas las cintas X-Men hasta la que hoy nos toca.
Esta secuela es la más floja, pero a la hora de lucir queda muy bien en pantalla, mostrando escenas de acción bastante espectaculares y solventes, gratamente recreadas. El novato director Simon Kinberg sabe moverse en el mundo de la acción de forma efectiva, pero en el apartado actoral le faltaba un poco de mano dura para mantener en tensión a los actores, darles más alas para que su implicación fuera mayor. Aún así, se les ve entretenidos en sus roles y el plantel original aún subsiste: Michael Fassbender (12 Años de Esclavitud), James McAvoy (Múltiple), Jennifer Lawrence (Gorrión Rojo) o Nicholas Hoult (Un Niño Grande). A ellos, se les une la auténtica protagonista de esta entrega, una atormentada Sophie Turner (Juego de Tronos) que mantiene el tipo y la siempre convincente Jessica Chastain (La Noche Más Oscura) en el papel de villana.
Es una entrega entretenida, pero que cojea en el guión, muy arquetípico y que ya hemos visto en la saga (X-Men 3: La Decisión Final). Además, crea ciertos agujeros argumentales que afectan al resto de las entregas y que deja serias dudas de cara al hilo cronológico de la Patrulla X en el mundo del cine. Esto quizás sea su auténtico punto negro, puesto que el nexo de unión con la saga original queda pendiente de un hilo. ¿Puede que sea porque la franquicia se veía ya completamente absorbida por Disney y el MCU? ¿Es una forma de liquidar una saga antigua para volver a reflotarla en el otro universo? Algún día lo sabremos, pero no mañana o pasado.