Era extraño que la primera incursión fija en la televisión de una primera espada como Dustin Hoffman hubiese pasado tan desapercibida. Una vez vista, se entiende perfectamente. Si bien el mundillo de los hipódromos me queda lejano, lo cierto es que podía tener interés, dado que, al fin y al cabo, estamos hablando de un entorno endogámico en el que confluyen gentes de todo tipos con mucha pasta de por medio.

Por tanto, el problema de "Luck" no es su premisa, sino todo lo demás: el creador se olvida de que está hablando para un público que no debe por qué conocer la idiosincrasia subrepticia de un hipódromo. También se olvida de crear unos personajes, unos diálogos y unas tramas interesantes, así, en términos generales. La serie se divide en un corrupto que sale de la cárcel y debe volver al ruedo, un empresario de caballos muy desagradable, un agente de jinetes tartamudo e hiperactivo, un vetusto entrenador y su entrenada, una veterinaria (de estas últimas no hay nada descriptivo que se pueda decir) y, mis favoritos, un grupúsculo de ludópatas de lo más patético que te puedas encontrar. Sus homólogos son los matados del bar del abajo, esos que parecen no tener casa, esos mismos que se pasan el día bebiendo cerveza, discutiendo idioteces y haciendo quinielas. Me pregunto seriamente cuál es el interés que podía suscitar retratar las aventuras de semejantes fracasados.

Entre los actores el nivel tampoco mejora demasiado. Además de Hoffman, que tampoco es que destaque mucho, por no decir nada, sólo merecen atención un irreconocible Kevin Dunn y el siempre enorme Nick Nolte. Los demás son un atajo de actores de telefilmes que Michael Mann ha recogido por ahí. Un ejemplo descriptivo de lo mal realizada que está la serie es la aparición sorpresa de Joan Allen, a la que tratan como si fuese una que pasaba por ahí y no le ofrecen ninguna posibilidad de lucimiento.

La serie es un error en mayúsculas, por mil cosas, pero el resumen más adecuado sería que es una amalgama de subtramas letalmente aburrida.